domingo, 30 de agosto de 2015

Oso (Marian Engel)



Mucha gente ha hablado ya de Oso, gente con un estupendo gusto literario y tino a la hora de hacer recomendaciones como mi amiga Ana Blausfemia en su contundente reseña. Es raro que una novela canadiense publicada en 1976 esté electrificando a lectores españoles en 2015. Ah, ese olfato de los editores de Impedimenta para rescatar joyas en otras lenguas para su fiel legión de ¿clientes?, por mucho que incomode la terminología mercantil, se han creado un público y eso es difícil y admirable.

Cuando escribo sobre un libro procuro no hacer demasiadas revelaciones sobre la trama que puedan socavar la experiencia de un lector "virgen". Ya sé que no leemos sólo por el ánimo de llegar al final de una historia, que lo importante es cómo esté contada, etc., que si lo importante fueran los hechos, Cien años de soledad se condensaría en: "saga familiar de gente progresivamente loca, con muchos nombres repetidos que ocurre en Macondo, un pueblo que es y no es todos los pueblos de Latinoamérica, al final la estirpe se extingue por su incapacidad de amar" No creo en el spoiler, salvo en cierto tipo de literatura, por favor que nadie cuente el final de Diez negritos al pobre lector que cabalga a mitad de su ingeniosa serie de asesinatos.

Todo lo anterior sólo para advertir que este comentario está plagado de spoilers, así que como en el cartelito que Dante colgó a la entrada del infierno: los que entréis abandonad toda esperanza (o algo parecido). La excepción viene porque es imposible hablar de este libro sin contar algunos detalles de lo que ocurre en él y, por otro lado, nada de lo que yo adelante aquí logrará arruinar el placer que el lector afortunado extraiga de esta maravillosa novela.

Empiezo a destripar esta belleza como haría un oso hambriento con un rosado salmón: la protagonista es Lou, una solitaria bibliotecaria que trabaja clasificando documentos en una biblioteca de una innominada ciudad canadiense. A pesar de sus carencias parece que su trabajo la hace muy feliz, de hecho durante el invierno es casi como si tuviera una existencia plena; un topo feliz ocupado en su confortable madriguera en el trabajo de datar y dar consistencia histórica a fragmentos de realidad abandonados: viejas fotografías de personajes cuya identidad es un enigma a resolver, manuscritos abandonados, correspondencia donada por las familias que ya no quieren cargar con los recuerdos de un remoto antepasado. Sólo la llegada del verano acababa con su ficción de felicidad y le recordaba que había un mundo allí fuera que ella se estaba perdiendo, que tenía la piel pálida y que su cuerpo tenía un hambre que los libros no podían saciar.

Como en todas las historias buenas, esta empieza con una ruptura de la cotidianidad: un tal coronel Cary la legado toda su herencia a la biblioteca en la que Lou trabaja y ella reciba la oferta del director de desplazarse hasta la isla de Cary (según mi sucinta investigación, una isla imaginaria) en el norte de Canadá y clasificar la extensa biblioteca que la mansión contiene. Todo: isla, mansión y biblioteca son parte del legado. Así que el topo hace sus maletas y parte hacia el poblado de Brady (algo más que un puñado de casas y un camping) en donde un rústico hombre local, Homer la conduce en lancha hasta la isla y con esa actitud escéptica propia de la gente de pueblo respecto de los citadinos le explica el funcionamiento de todo, desde una lámpara de keroseno hasta la bomba del agua. También le cuenta algo de la historia de los Cary (el primer coronel era un militar inglés algo chiflado por la isla y por los libros). El personaje de Homer es el vínculo con la cultura local y casi el único contacto humano que la protagonista tendrá a lo largo de la narración. Está claro que Homer siente un orgullo de nativo por la belleza del lugar: "-Nadie se ha ido nunca de aquí de no haberse visto obligado a hacerlo.(..)" y sólo vacila en su exposición al final de su visita de introductoria por la casa y aledaños:

"-¿Alguien te ha hablado... del oso? -preguntó Homer."

Es una línea magnífica, podemos sentir el estupor de la protagonista al escucharla. Lo del oso tiene las trazas de una tradición familiar: "al parecer siempre había habido un oso allí. Ese lord Byron que tanto gustaba al primer coronel había tenido un oso. Jocelyn Cary tenía un oso. Y allí seguía habiendo un oso."

En un surrealismo sin estridencias, aceptamos oso como animal de compañía y Homer le da unas cuantas recomendaciones: que recuerde que es un oso viejo y con buen carácter pero no olvide que es un animal salvaje, que no lo deje escapar y por lo demás que lo  trate como un perro, en todo esto cita la sabiduría de una tal Lucy King, una venerable india casi centenaria que ha cuidado al animal desde la muerte de su ama.

Así nos encontramos a nuestra heroína cuando toma posesión de sus nuevos dominios

"Así que este era su reino: una casa octogonal, una sala llena de libros y un oso.

     (...) Sin abandonar su trabajo, que le encantaba, la habían depositado en una gran mansión de la provincia, a principio de verano y en una de las mejores zonas de vacaciones. Estaba algo aislada, pero siempre había disfrutado de la soledad. Y la idea del oso resultaba maravillosamente isabelina y exótica".

Esta es una muestra de la capacidad de Engel para escribir una prosa sencilla, llena de sentido, en la que cada elemento tiene su razón de ser y absolutamente nada sobra.

Sigo dinamitando el argumento: Lou se instala, por fin se atreve a acercarse lo suficiente a la cabaña como para ver al oso. Sabemos de antemano que no es un amante de los animales y que no se nos va a convertir en una Jeanne Goodall de los osos. Este primer encuentro es definitivo, borra de su mente todas sus ideas previas sobre el concepto "oso", de alguna manera es un borrado automático de sus prejuicios sobre el animal que tiene enfrente:

     "Oso. Allí. Mirando.
       Ella también lo miró.
       En algún momento de nuestras vidas todos tenemos que decidir si somos o no platónicos, pensó. Soy una mujer, estoy sentada en una escalera, como tostadas con beicon. Eso es un oso. No es un oso de peluche, no es el osito Pooh, no es el koala del logotipo de una aerolínea. Es un oso de verdad.
(....) Un bulto polvoriento de pelo negruzco en la puerta. Tenía un largo hocico marrón rematado en una nariz negra, seca y curtida. Sus ojos eran pequeños y tristes."

Todo lo que viene de aquí adelante es la historia de la relación de Lou con el oso, cómo lo alimenta, lo lleva a nadar, lo deja tumbarse junto al fuego mientras trabaja en clasificar la extensa biblioteca Cary. No podría decir claramente si todos estos progresivos acercamientos son una proceso de domesticación o de seducción. O ambos. Porque aquí viene lo escandaloso del libro: en un punto de su relación Lou y el oso intiman de una forma absolutamente no platónica. Sí, ¿para qué aplazarlo más? Hay que decir que un fuerte ramalazo zoofílico es esta historia. La maestría de la autora está en que nos hace adoptar casi por completo la visión de su personaje y mientras leemos estamos tan sumergidos en este universo, tan curiosos, tan atentos que se nos olvida cuestionarnos moralmente lo que estamos leyendo.

En la contraportada se define a la novela como "delicadísima y calculadamente transegresora" pero también aparece una cita de Robertson Davies que habla de ella como "una novela obscena y extraña a  la vez".  El contraste de adjetivos es chocante ¿puede algo ser delicado y obsceno a la vez? No hay una respuesta fácil pero a juzgar por este obra de arte, sí, es posible. Es la misma sensación que he tenido alguna vez antes las ¿flores? de Georgia O'Keefe


Inside Red Canna. Fuente: wikiart

"¿Es sucio el sexo? Sólo cuando se hace bien", Woody Allen dixit. ¿Puede ser artística la obscenidad? Sólo si está bien hecha. Es una apuesta arriesgadísima porque cuando falla hace que el libro apeste de manera irremediable y ahoga todas sus otras posibles virtudes como en el caso de Zonas húmedas, que comenté hace un tiempo. En definitiva, para ser cochino en literatura y mantener la belleza del conjunto de la obra hay que tener mucho talento. Uno de los motivos por los cuales la literatura es una herramienta tan certera para explicarnos el mundo es porque nos permite llegar a territorios donde disciplinas como la psicología no pueden llegar por su propia naturaleza, nos ayuda a aprehender lo incomprensible, a poseer algo de su sentido aunque no lleguemos a explicárnoslo. 

Volvamos con Lou y Oso que ya se van juntos a nadar al lago de aguas heladas y han superado la violencia de sentarse el uno junto al otro: 

"El oso se echó tan cerca de ella como le permitía la cadena. Lou lo desató y él fue a sentarse junto a su rodilla. Extendió una mano y le frotó el pescuezo; la piel del lomo estaba muy suelta y el pelaje espeso -muy espeso, espesísimo- empezaba a resplandecer gracias a los baños. 

Cada paso, cada aproximación, como la de superar el pánico de sentir las garras del animal rozar el suelo de madera de la mansión, nos hacen que el momento más escandaloso del relato nos resulte creíble:

" (...) junto al lomo del oso, algo apartada y también apartada del fuego y, desolada, empezó a hacerse el amor.
     El oso despertó de su sopor y se volvió. Sacó la pecosa lengua. Era gruesa y como decía la enciclopedia, tenía un surco longitudinal. Empezó a lamerla. (...)
     (...) La lengua, no solo musculosa sino también capaz de alargarse como una anguila, encontró todos sus rincones secretos. Y, como la de ningún ser humano que hubiera conocido, perseveró en darle placer. Al correrse sollozó, y el oso le enjugó las lágrimas."

Este pasaje que por su conmovedora carga de tristeza, me resulta difícil calificar de erótico, nos explica tantas cosas de la soledad, de la casi minusvalía que supone para un ser humano no haber sido bien amado, de la jaula que pueden suponer las costumbres y las formas de vivir a las que nos hemos hecho. De alguna manera nos queda claro que para el oso este encuentro no es algo de naturaleza sexual (en los animales, el instinto claramente manda) y que es más un juego, una demostración de amor a quien, de alguna manera, le ha cuidado y le ha devuelto parte de su dignidad de animal. 

Creo que me he excedido un poco en citas y en alabanzas pero no lo puedo evitar. Pese a su brevedad, la novela no sólo nos cuenta los avatares de la extraña pareja, va enlazando también la historia de la saga de los Cary, hasta llegar a la fascinante dama que fue Coronel Jocelyn Cary, la generosa legataria, un personaje que te parecen tan absolumente tangibles y "reales" porque parece que ningún escritor es capaz de crear un carácter tan extravagante sin riesgo de caer en la exageración libresca. Los pocos personajes secundarios están delineados con trazo minimalista pero efectivo, lo poco que sabemos del director de la biblioteca nos basta para odiar su carácter de mazapán y aunque Homer no sea simpático al menos hay algo auténtico en su rudeza y algo mítico en Lucy King y sus consejos de cuidado de osos. 

Hasta las relaciones más extrañas tienes sus tabúes y Lou intenta traspasar los del oso y es la bestia quien parece tener más sentido común y devolver su romance a los límites de las diferencias irreconciliables de especie. 

Aquí hay tristeza, fracaso, ese tan desprecio cruel que sólo podemos también por nosotros mismos pero también vemos a Lou curarse, recuperar su cuerpo, apoderarse de la belleza del lugar, y vemos surgir en ella una valentía loca y arrojadiza. 

No sé si termina bien o mal. Termina, como los amores de verano, como las vacaciones. 

¡Leed, malditos, leed!
(por favor).

P.S. La traducción de Magdalena Palmer es irreprochable.

jueves, 16 de julio de 2015

LOBAS DE TESALIA (Pilar Pedraza)



La literatura de género es una cárcel. No para los lectores voraces que somos como ovejas felices triscando en el pasto más verde y saltándonos los vallados de las etiquetas sino para los autores que muchas veces se ven encajados en un espacio más pequeño del que su talento les merece. Este es el caso de Pilar Pedraza, autora de Lobas de Tesalia. Quienes la conozcan (una selectísima minoría entre la cual, modestamente me cuento) la tendrán clasificada como una escritora gótica, tal vez la única y auténtica escritora gótica española contemporánea.

Es de común conocimiento que el género gótico (siempre he dudado si que más que de un género habría que hablar de un estilo) ha sido declarado muerto varias veces y algunas de ellas, con motivo. Lo gótico estuvo, en principio ligado exclusivamente a la narrativa inglesa y los expertos se ponen más o menos de acuerdo en definir El monje (1796)de Matthew Lewis como la obra más representativa de la primera oleada gótica con todo su aparato de castillos oscuros, pasajes secretos, telarañas, esqueletos emparedados, doncellas pálidas en peligro y villanos con una marcada tendencia a la perversión sexual (mejor si eran condes italianos o inquisidores españoles). Como tantas otras modas literarias puede decirse que murió de éxito, su "férrea estructura formulaica"(1), la repetición de los argumentos, los personajes unidimensionales y, en general, su deriva hacia una predictibilidad infantiloide la hicieron perder el favor del público que en un momento dado la consumió con fervor. Tuvo que venir un genio como Edgar Allan Poe para insuflarle bríos ¡y qué bríos! de nuevo. Fue su introducción del terror psicológico (la locura, el reverso oscuro del amor, las pulsiones salvajes) dentro de los escenarios clásicos lo que aún nos fascina a los lectores.

Parece que cada vez que se anuncia una nueva era de la razón en que el progreso nos hará más felices a todos y que la humanidad camina de la mano hacia la luz, el gótico sale de su tumba para recordarnos que los hombres somos por dentro básicamente oscuros. Así se explica, por ejemplo, ese milagro de aclimatación literaria que es el gótico sureño en los Estados Unidos. Bradford Morrow y Patrick MacGrath, editores de Los nuevos góticos (1991), una excelente compilación de relatos góticos contemporáneos (bueno, ya son el siglo pasado) definen no sin ironía pero con mucha razón a Freud como uno de los mayores seguidores de Poe y ponen a sus casos clínicos en la honorable liga de "las más inspiradas narraciones del género". (2)

Pedraza no necesita los patrones temáticos más manidos del género para hacer una gran historia. Su relato está ambientado en la Roma imperial retratada en el punto álgido de su esplendor, justo como una fruta madura que empieza a pudrirse y con ello su olor y su belleza se vuelven aún más intensos. La heroína de esta historia, Lupercia Mania, una mujer fuerte e independiente -su condición de viuda y su profesión de farmaceútica (más que la dispensadora de medicamentos que designa el término contemporáneo, era una herborista, fabricante de filtros, perfumes y remedios tradicionales) son de gran ayuda- ve interrumpida su plácida cotidianidad por la inesperada muerte de su amiga Póstuma, quien a medida que avanza la trama se rebela como algo más que una respetable matrona de familia senatorial con buena mano para la gemología y cierta inclinación por los rituales mágicos.

Los siniestros acontecimientos que tienen lugar durante los ritos funerarios de Póstuma son el inicio de la aventura de Lupercia y su pequeño grupo de héroes. Sin dar demasiados detalles de la trama para aquellos que se atrevan con esta extraña joya, puedo avanzar que la mano del cadáver, que porta un significativo anillo es robada antes de que el cuerpo haya podido ser adecuadamente despedido con todos los ritos que deben guiar su paso al otro mundo. Este hecho desata una serie de desgracias y malos augurios para el espíritu de la fallecida y sus deudos, por lo cual finalmente Lupercia se ve empujada a encabezar una expedición que parte a la caza de la reliquia.

Al comienzo esta historia parece tener el foco exclusivamente en los personajes femeninos que en todos los casos deben luchar como lobas por hacerse un lugar en la patriarcal sociedad romana y aunque con frecuencia su inteligencia les merecería un lugar de mayor importancia, deben valerse no solo de ella sino de otras artes secretas para ocupar un sitio que de sobra merecen; lejos del cliché de la conducta sentimental atribuida tradicionalmente a las mujeres hay una certera alusión al sentido práctico femenino: "A mi siempre me ha gustado que haya presencia femenina en los asuntos públicos graves, además de los domésticos, ya que descentra a los hombres y precipita soluciones más rápidas y realistas".

El viaje que han de emprender no es ninguna tontería, deben internarse tras una peligrosa hechicera, Ericta, que según la evidencia de que disponen, ha robado la mano y huye hacia la región griega de Tesalia, famosa por albergar una tradición de hechicería del tipo más oscuro y poderoso. Lupercia, como líder de la partida (patrocinada por varios estamentos relacionados con las artes mágicas, entre ellos el templo de las Vestales), reúne una sólida pandilla, conformada por una joven esclava, Catula, a la que ha prohijado y a la que cuida con una mezcla de exasperación y cariño, pues el carácter de la niña que ha vivido como una perra callejera es una mezcla de garras afiladas y necesidad de amor; Lycofrón, un liberto tesalio, hombre curtido en la guerra, antiguo gladiador con el temple y la habilidad para desafiar a un salteador o reparar la rueda rota de una carreta; completaba el grupo el joven erudito etrusco Veyano Jasune, tan conocedor de las sagas y tradiciones de su pueblo como de la ciencia divina de las muchas mitologías que convivían en ese gran imperio y que a falta de conocimientos prácticos tenía el nada desdeñable don de la narración: "Los romanos contamos cuentos a nuestros niños, pero los etruscos hacen que los niños se los cuenten a los mayores, lo cual me parece unan estrategia muy inteligente (...) si había algún enfermo, la ración se multiplicaba, porque todos querían un relato que aliviara sus males. Tenían una fe ciega en el valor curativo de la palabra y la narración." Tanto si esta tradición etrusca es una creación de la autora o tiene alguna realidad histórica, este pasaje es un bello homenaje al arte de narrar y el poder de la palabra. Una vez iniciado el viaje y de un modo casi inadvertido se les uniría la hechicera Macaria, un personaje que muta según avanzan en su ruta y va revelando aspectos nuevos de su personalidad, como una gema que inventa facetas diferentes bajo cada luz.

En ciertos aspectos la estructura de esta aventura se ajusta a los patrones clásicos del viaje iniciático: el joven héroe debe partir tras una reliquia, superar pruebas, abatir monstruos, descifrar enigmas, pasar penurias, sufrir pérdidas pero también probar el placer del amor y del vino, para finalmente enfrentarse al oponente más poderoso y definitivo, vencer y regresar a su tierra más sabio y más fuerte. Para ayudarle en su misión cuenta con compañeros de talentos extraordinarios con los que ir salvando obstáculos y peligros. Con mucha habilidad, Pedraza cambia al joven héroe por una protagonista madura que en su periplo descubre más verdades sobre sí misma y los que ama, que prometidos secretos de magia. Dada la dureza de las revelaciones con las que se va enfrentando y que la obligan a poner en cuestión su propia historia e incluso la de Roma que ella conoce, no podemos negar que su valentía le merece el título de heroína.
En el texto de la contraportada se nos informa que Pedraza ha ejercido como profesora de historia del arte, este hecho unido a su amor por el Mundo Antiguo ayudan a que su recreación de este universo sea de una vividez que jamás da la sensación de decorado de escayola, como ocurre en tantas novelas históricas formato ladrillo que nos sueltan largas parrafadas de datos y escenarios y luego ponen a sus personajes a retozar entre las ruinas de cartón piedra hasta que el lector se quiere arrancar los ojos como hizo el pobre Edipo por horrores menos gravosos (la cosa va hoy de clásicos).

El viaje de este grupo va desde la luminosa sensación del inicio de una aventura hasta el descenso al inframundo y el retorno. Un inframundo particular, la morada de una bruja, tal vez más aterrador que el Hades, un averno personalizado asusta más el que lleva mayúsculas. En comparación el descenso final al "campo de asfódelos" que se relata en el epílogo resulta más nostálgico que aterrador. Según el erudito profesor, experto en mitología clásica, Carlos García Gual, "El Viaje al Más Allá es la empresa definitiva del héroe mítico; es la aventura por excelencia, la que aguarda al Elegido, la que sólo él puede cumplir.", incluso aunque su botín se le escape en el último momento como le ocurrió, por ejemplo, a Orfeo, "siempre vuelve, más sabio, más ejemplar, más magnánimo.", así, la protagonista al final de su fascinante viaje queda en posición de entregarnos unas cuantas verdades duramente ganadas que no voy a contar aquí porque son el botín que aguarda al lector que se decida a lanzarse al viaje.



Unas palabras para la edición: Valdemar se luce en este pequeño pero dignísimo formato de tapa dura, con una portada con el acierto habitual y que da una deliciosa consistencia a la colección. Una novedad respecto de otras obras de la colección de El Club Diógenes son las ilustraciones, de una belleza perturbadora, acompañadas de fragmentos de texto que me recuerdan viejos libros casi más recuperados de la infancia de mis padres que de la mía propia. Una deuda y un único fallo editorial: no se cita al artista autor de las ilustraciones (¿grabados?) que sabe interpretar con tanto acierto en imágenes los aspectos de más profundidad estética que plantea el relato.

Edito: El artista, Luis Pérez Ochando, autor de las ilustraciones me ha contactado y con su permiso sigue a continuación uno de mis favoritas:



Compré mi edición en la caseta de Valdemar en la pasada Feria del Libro de Madrid y luego volví el día que firmaba la autora. Una mujer cálida, consciente de que sus libros son un placer minoritario y de las posibilidades, a veces limitadas de un autor que elige un género "raro" hasta las últimas consecuencias. ¡Ay! si Hollywood destrozara alguno de sus libros en lugar de tanto remake soso.

Es verano, hay tiempo, hay disposición para el placer. Tanto con playa como en el calor de la ciudad que se derrite, este libro es un compacto dispositivo de viaje, una puerta para hacerse turista de otro mundo.

Más información y reseñas:

- Detallada, con conocimiento de la obra de Pedraza en Fabulantes
- Entrevista a la autora en la Revista Makma (buen descubrimiento).

______________

(1) Portal "Novela gótica" en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
(2) Los nuevos góticos. Varios autores. Bradford Morrow y Patrick McGrath (editores). Minotauro.           2002.
(3) Mitos, viajes, héroes. Carlos García Gual. Punto de lectura. 2001.

lunes, 8 de junio de 2015

Esta niña quiere asquearnos: Zonas húmedas (Charlotte Roche)



¿Pueden recordar la última vez que sintieron asco? Si examinan su recuerdo con cuidado puede que encuentren que el asco está profundamente ligado al filtro moral con el cual miramos el mundo. La última vez que yo sentí asco fue cuando hace poco me puse las primeras sandalias del verano y al bajar las escaleras del metro, muy de mañana, un hombre que bajaba detrás de mí lanzó un escupitajo que pasó en su veloz trayectoria sobre mi hombro y fue a aterrizar en el escalón junto a un pegote de chicle, al lado del cual se quedó brillando como una incoherente esmeralda líquida bajo el sol inocente de la mañana. Los dedos de mi pie derecho se retrajeron aterrorizados en la sandalia y mi mirada asesina pareció no perturbar en lo más mínimo al cerdo escupidor. Pues bien, aunque no lo parezca en principio, mi asco tiene un fuerte componente moral porque no está dirigido tanto al acto en sí mismo sino a su puesta en escena, a su exhibición pública, a lo que implica de desconsideración hacia los demás, de violación del espacio ajeno.

El asco es también una extraña sensación de doble filo: debí haber apartado rápidamente la mirada del infame gapo una vez segura de que mi pie había salido incólume del atentado pero me detuve algún segundo de más, lo suficiente para retener la desagradable memoria de su movimiento de caída al siguiente escalón y los sospechosos hilos carmesíes y pintitas negras que habrían hecho las delicias de un microbiólogo. Es en ese doble movimiento de ver y apartar la mirada en la que el asco se vuelve un fenómeno piscológicamente interesante.

La autora, en plan ir de su personaje

Es esta vertiente moral del asco la que explota Charlotte Roche en la novela que hoy comento: Zonas húmedas. En un hábil movimiento narrativo la autora somete al lector a una prueba de sus capacidad de resistencia moral a través de una exhibición de un catálogo de actos relacionados principalmente con el cuerpo. Tanta subversión de las rectas costumbres me hace desear un orden estricto, así que empezará por el título, que es buenísimo, es un poco sucio pero también geográfico y  la vez con un toque poético.El comienzo tiene un indudable punch: "Desde que tengo uso de razón sufro de almorranas. Durante muchos años pensé que no podía decírselo a nadie, ya que las almorranas sólo les salen a los buelos y siempre me parecieron muy impropias de un chica.". ¿Cómo vamos a dejar de lado a esta chica que acaba de abrirnos su alma y de paso los recovecos de su cuerpo? Se impone seguir leyendo.

A partir de una anécdota sangrienta pero relativamente simple, conocemos a Helen, la protagonista, que al rasurarse se ha causado por accidente una fisura anal. Como sabemos, además tiene hemorroides y su ano tenía un aspecto más cercano al de las medusas que al ojete promedio. Gran parte del planteamiento inicial del libro está dedicado a explicar la dimensión del dolor de la lesión, lo cual tiene sentido pues toda la narración transcurre (inveitables flashbacks aparte) en la cama del hospital donde la joven Helen se recuperará de la cirugía reparadora de esfínter y desbarrará sin medida -vemos que se aburre- detallándonos su historia y sus gustos sexuales.

Como dice el refrán, el que avisa no es traidor. La historia nunca abandona su tono escatológico (proctológico y coprológico para ser más exacta), pornográfico y hospitalario. Como dije al comienzo, creo que el verdadero tema de la novela es el asco y para ello, Helen practica una entregada antítesis del asco: es una cochina, fanática de los humores íntimos y de su uso, incluso fuera de la esfera erótica. Una muestra de su filosofía: "En realidad el olor a chocho, polla y sudor nos pone cachondos a todos. Lo que pasa es que la mayoría de la gente está desnaturalizada y piensa que lo natural apesta y lo artificial huele a gloria." y de las aplicaciones prácticas de esta filosofía: "Yo utilizo mi esmegma como otros sus frascos de perfume (...)", los detalles de esta técnica perfumista los dejo al lector curioso que se atreva.

Hay mucha acción en esta novela, para ser narrada desde una cama de hospital. Gran parte de esta acción es sexual (catálogo de coitos y masturbaciones), asquerosa (catálogo de sabor de los mocos, suciedad de bragas o inodoros apestosos) o una mezcla ambas. A pesar de las numerosas escenas de sexo, queda en la memoria muy poco de sus coprotagonistas, algún nombre, alguna descripción, poco más. Ignoro si es un efecto buscado pero aún entrelazada entre otros cuerpos Helen parece siempre una niña solitaria y malcriada. La monotonía pornográfica de las escenas sería inaguantable si no fuera por el punto de humor ácido con el que están narradas. Por lo demás, el sexo parece tener la mismo tinte emocional que la defecación, algo del orden corporal que satisface una necesidad y una urgencia exclusivamente física. Las crudas descripciones médicas son tan aterradoras como algunas de las prácticas sexuales favoritas de nuestra amiga, no les regalaré con la cita de un tipo de enema al cual era aficionada pero parece más dolorosa que la incisión cuneiforme que le practicaron los cirujanos.

El personaje es monolítico, una niña-adolescente-mujer que parece diseñada para perturbarnos pero que a mí, en resumen, me dejó algo fría. De su familia da apenas unas puntadas algo incoherentes: desea con fervor que sus padres divorciados se reencuentren pero no llegamos jamás a entender por qué esto es tan importante para ella.

Tal vez su conducta chocante y muchas veces autodestructiva se pueda entender justamente en relación con su rebeldía ante la higiene. La limpieza personal es una de las formas primarias de la educación y el control de la madre sobre el cuerpo del niño. Lo que Helen dice con sus conductas asquerosas y sus reflexiones sobre ellas, es una negativa, una revuelta contra a esa educación del cuerpo que la sociedad impone vía materna. Intenta construir una filosofía personal que yo definiría como una "ética cochina" en la cual todo lo que tiene que ver con el cuerpo en su estado "natural" es aceptable y, aún más, deseable.

Tantos fluidos mezclados, tantos baños sucios convertidos en altar de culto, acaban por cansar pronto. Por fortuna, la narración introduce algo del miedo adolescente a no tener una identidad propia, de esa especie de depresión que se supera a trompicones, a golpes de manía que parece ser la forma en que Helen supera los dolores del crecimiento.

A pesar de la carga sexual omnipresente en la historia, el nivel de excitación que esta lectura causa en el lector es cerca de cero. Tampoco parece que sea su propósito, si alguna sensación quiere provocar es más el asco fascinado y curioso que la excitación. Cabe preguntarse entonces si esto es literatura erótica y en contra de la evidencia diría que no, Es un libro obsceno, risueño y con reverso amargo de soledad y tristeza pero que es traicionado por su final más digno de una novela rosa que de esta supuesta obra de ruptura.

Otros han opinado:


  • Artículo en Pollito libros que reseña también Furores íntimos de la misma autora. 
  • Post en el blog Pequeña saltamontes.
  • Una genial y breve crítica corrosiva de Lector malherido. Ojo, spoiler pero vale la pena, lo de "catálogo de anagrama, sección zorritas" de dejó muerta.