jueves, 24 de junio de 2010

SUEÑOS VÍVIDOS


Tengo una amiga a la que le afectan mucho los sueños. Con cierta frecuencia se despierta con la cara bañada en lágrimas y los ojos hinchados y, como su memoria onírica es puntillosa en detalles y colores, muchas veces sigue llorando en la ducha y también mientras desayuna. Es difícil empezar el día así.

Yo le he dicho que para desprenderse de esa pátina de tristeza, la mejor solución es el relato: los inefables horrores de las pesadillas siempre pierden mucha estatura cuando se fijan con orden y cuidado en las cuadrículas de una historia. Por eso, de vez en cuando me llama para contarme alguna de esas perlas negras que a veces le envenenan las mañanas. A mi me gusta prestarle este pequeño servicio y creo que hasta le he cogido gusto a esta extraña afición de coleccionista de pesadillas.

Lo raro es que hoy me advirtió que lo que tenía para contarme no era una pesadilla, todo lo contrario.

Anoche soñó que su novio le regalaba un viaje, un viaje moderno y revolucionario, un viaje a Australia en helicóptero. El piloto, Chad, era rubio como el sol, rubio como un dios de piel dorada, rubio como el champán que ella bebía indolente en su asiento de piel de gacela. Por supuesto, era la única pasajera. El viaje duraba siete horas que se le pasaron como siete minutos, sobre todo desde que Chad, puso el piloto automático –que funcionaba con un visionario sistema de satélites-y se dedicó a hacerle un delicado masaje en los pies.

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