domingo, 29 de diciembre de 2013

MAGIC BOY

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Fuente: Web Entrecomics

Me gustan los cómics, aunque su temática sea adulta y compleja, los dibujos me devuelven a un territorio infantil en el que la lectura tiene un componente de placer simple y sin consecuencias, como devorar una manzana caramelizada. La diferencia es que debajo de la cobertura dulce, a veces aguarda la sorpresa de un sabor raro, elaborado que invita a una segunda lectura, a degustarlo nuevamente con más pausa.

En la contraportada de Magic Boy definen el estilo de James Kochalka por su "carácter cartoon y naif, pero que a veces contrasta con sus argumentos de carácter más duro" y esa es justamente una de las características que le dan profundidad y capacidad de conmover a sus historias. El gesto acompaña y puntúa los diálogos y tiene una inmensa capacidad de hablar de asuntos muy complicados en un par de viñetas.


Kochlaka es un artista prolífico, que mantuvo su tira cómica American Elf durante catorce años y ha publicado un buen número de novelas gráficas que le han valido el reconocimiento artístico y popular. Es una pena que en España, de momento no sea tan conocido como se esperaría de su talento. Este fino ejemplar, editado por Dolmen (2006) en su colección Dominó es prácticamente una rareza, aunque sí que se encuentran editadas sus antologías de American Elf y parte del resto de su obra por Apa Apa Comics.

Magic Boy es un alter ego élfico del autor y son trece de sus fabulosas y breves aventuras las que se reunen en este libro. Una muestra del universo de este autor ha creado al entretejer de forma muy bella fragmentos autobiograficos con surrealistas objetos animados y animales con una superior capacidad reflexiva que con frecuencia deja a los humanos con cara de tontos. Es conocida la fascinación de los autores de comic por sus compañeros felinos y los mejores momentos aquí vienen casi siempre de la mano de Spandy, la gata, que interroga al mundo desde la perspectiva híbrida del animal doméstico que conoce a sus amos como nadie más podría hacerlo y ese pequeño ser salvaje y desconfiado, esa tigresa que aún habita dentro de ella. Un amoroso depredador.

Podría releer mil veces sin cansarme de ella, una de estas historias: "Pequeños amantes", que es básicamente el relato del amor imposible entre una gata y un pájaro. No sé cómo citar bocadillos pero aquí van, mucho menos bellos que en su formato original:

SPANDY: ¡Qué preciosidad! ¡¡Qué alas tan bonitas!
AMO: Ajá.
SPANDY: Le amo. Ojalá bajara hasta aquí volando y me dejara masticarle la cabecita.
AMO: Oh, gatito... El amor no correspondido es un mito. Es sencillamente imposible amar a alguien que no te ama a su vez. Invariablemente es un sentimiento mucho más parecido al odio.

Pero claro, por bien logrados que estén estos diálogos, falta aquí la expresión de la gata, esa mezcla de hambre y adoración con la que observa el grácil aterrizaje del pájaro en una rama; esa condescendencia con la que entrecierra los ojos y escucha la perorata de su amo sobre la falsedad del amor no correspondido. Como en toda buena narración, hay un giro final que nos convence de la clarividencia de Spandy. Este remate maravilloso de la historia tiene lugar en una rama del árbol en la que se posan dos pájaros:

PÁJARO 1: ¿Qué te pasa?
PÁJARO 2: Es esa gata. Sus suaves orejas puntiagudas. Sus afilados dientecitos ¡La amo!

¡Pues claro! Es un amor correspondido pero potencialmente letal. Como casi todos. Ninguna persona en riesgo de enamorarse debería dejar de leer "Pequeños amantes", porque el amor casi siempre es peligroso, tanto para felino que suspira por el vuelo de una delicada ave pero a la vez no puede dejar de desear tener esa cabecita estre sus fauces, como para el pájaro, fascinado por el hermoso pelaje, las inteligentes orejas y sobre todo esos dientecillos asesinos que prometen una experiencia total, una dimensión desconocida del amor. Al fin y al cabo ¿no es la aspiración final de la pasión la devoración, la aniquilación de la individualidad, fundirse en un sólo ser? 


Más información:

La web American Elf de James Kochalka
Ficha de Magic Boy en la web de la editorial Dolmen
Ficha de James Kochalka en la web de Apa Apa Comics

lunes, 23 de diciembre de 2013

EL PLANTADOR DE TABACO

 

Muchas veces me he preguntado si todo esto de la blogosfera tiene alguna utilidad o si no es más que un mentidero virtual donde cultivar con mimo una imagen bonita de nosotros mismos, una parcela para el ego en la que nos redecoramos con pinceladas de buen gusto, rebeldía, independencia de criterio, belleza en general. Los odios también se miman, se alimentan porque nos reafirman: los del gusto literario depurado, contral el vulgo mainstream; los amantes de la ficción vampírica adolescente contra los viejunos que no entienden nada de oscuridad ni de romance.

Dudas despejadas: gracias a un post de La medicina de Tongoy me enteré de la existencia de El plantador de tabaco, que encabeza mi lista personal de libros del año. Así, que a pesar de las tonterías narcisistas que vertirmos a porrón en ellos, si los blogs de literatura consiguen poner en circulación el nombre de una obra cuya rareza hace tan preciosa, entones están haciendo un gran favor a la literatura y a los lectores. En este caso, ha sido más que una labor de difusión, no repetiré lo que el Sr. Tongoy cuenta con mucho más detalle y conocimiento de causa aquí pero se puede afirmar que prácticamente ha sido la "aclamación popular" tras su airada entrada la que ha conseguido que este joyón de libro se reedite. Gracias, lectores, gracias atrevidos editores de Sexto Piso.

John Barth publicó El plantador de tabaco en 1960, el tiempo es aquí un factor importante porque la novela está no sólo ambientada sino narrada como una aventura de finales del S. XVII y comienzos del XVIII, como una sátira (o un homenaje) de la novela de aventuras de la época. En algunas de las críticas que he consultado (después de terminarme felizmente el libro) se habla mucho de su naturaleza metaficcional pero a diferencia de otras obras agraciadas con este epíteto, en El plantador no se percibe esa deprimente sensación de que las ambiciones artísticas del autor han ahogado el placer de la narración. A pesar de lo larga que es la historia y sus múltiples ramificaciones, yo no llegué a sucumbir al aburrimiento, aunque por momentos me sublevara el salto de una historia no resuelta a otra; parece que la única manera, al menos para mí, de disfrutar esta lectura es navegar por ella, dejarse arrastrar por su torrente de personajes y escenarios trenzados entre sí.

El protagonista de esta historia es Ebenezer Cooke, un zoquete, un letraherido, un infatuado, "con más ambición que talento y, sin embargo, más talento que prudencia", que gracias a la una serie de farsas y malentendidos termina partiendo hacia América bajo la doble condición de poeta laureado de Maryland, cuya misión es narrar la epopeya de este nuevo mundo y encargado de administrar la heredad de su padre, un próspero cultivador y comerciate de tabaco. Todas sus aventuras están atravesadas por la red de intrigas políticas que teje su antiguo preceptor, Henry Burlingame III, un personaje que se metamorfosea constantemente y hace gala de una delirante pansexualidad. Debo confesar que cada nueva encarnación de este personaje me descolocaba, me daba rabia su omnipotencia en las tramas, además uno se encariña con el aspecto y los tics de los personajes, hasta que, de nuevo, hay que dejarse llevar y aceptar que cada extraño que aparece por la puerta puede ser otra faceta del misterioso Sr. Burlingame.

A pesar de la naturaleza satírica de su tono (o gracias a ella), las reflexiones sobre el amor y la sexualidad son frecuentes y a menudo de una profundidad desconcertante en medio del tropel de aventuras de abordajes piratas, guerras contra los indios, intrigas religiosas o persecusiones de maridos celosos. Aquí juega un papel fundamental Anna, hermana gemela de Ebenezer, quien es un espejo más reflexivo y bello de su carácter y representa todo de cuanto hay en el amor de entrega, aceptación de los deseos prohibidos y abnegación. Sin destrozar los agradables meandros de la trama para quien quiera adentrarse este país tan bello como salvaje, se puede contar que nuestro bardo promete conservar su virginidad y a costa de muchos esfuerzos lo consigue, hasta casi el final de la historia, no obstante, como suele suceder, todo lo que reprime, retorna multiplicado y la mente del pobre poeta se ve constantemente torturada por deseos contradictorios que lo llevan constantemente a escenarios que fluctúan de lo cómico a lo patético.

La traducción de Eduardo Lago es impecable y no imagino el titánico trabajo que ha debido ser transplantar los giros, cambios de tono y niveles de relato que conviven aquí. Recuerdo que algún que otro adjetivo me sonaba raro, no sé si producto de los años que Lago ha vivido fuera de España pero como no lo apunté en su momento y ahora me parece estéril desmenuzar el libro en busca de un mínimo punto dudoso en la traduccion. Suyo también es el prólogo, ameno, informativo y aunque se nota que hubiera podido hacer un alarde de erudición, prefere hacerlo de verdadero amor por la obra.

Por motivos prácticos (peso del volumen) y psicológicos (la necesidad de alternar lecturas más normalitas), tardé unos cuantos meses en recorrer este periplo de Inglaterra a Maryland pero lo disfruté muchísimo. Yo aconsejo bebérselo así, poco a poco y con deleite como una buena botella de bourbon.

Más información:

- La ficha en la web de Sexta Piso, no tiene mucha información, se echan de menos al menos links a reseñas o críticas pero sí que hay un pdf con el primer capítulo.
- Reseña de Rebeca García Nieto en Microrevista. Un agradable descubrimiento.
- Entrada en el blog de Lector Malherido a quien no le gustó mucho, por motivos que entiendo y hasta cierto punto comparto pero que a mí no me impidieron disfrutar muchísimo de esta lectura.
- Post en La tormenta en un vaso, recomendable. 
- Ficha en la distribuidora UDL que contiene una breve sinopsis y una cantidad ingente de links de prensa que tratan del libro.
- Recomendación de Tipos Infames en el blog Sinololeonolocreo

sábado, 21 de diciembre de 2013

Un poema para insomnes



VENTANA DE LA MADRUGADA

Me gustan esas horas
en las que el mundo parece detenido
 y el ladrido único
de un perro rebelde
se dibuja nítido sobre el fondo del silencio.

Un camión de la basura
pasa muy lento
como queriendo hurtar
su paso de elefante mecánico
a los oídos de los durmientes.

A los insomnes, en cambio,
no se les escapan sus resuellos
de viejo animal urbano.
Los insomnes, cartógrafos
del mapa de los ruidos de la noche,
ojos rojos, encendidos como luces de emergencia
de tanta humanidad devuelta 
al sueño de la inocencia.

lunes, 9 de diciembre de 2013

LA VIDA DE LAS MUJERES

La vida de las mujeres (Alice Munro)



No queda muy bien lo de ponerse a leer a un autor justamente cuando le dan el premio Nobel pero para qué ocultarlo, este ha sido el caso. Yo había oído hablar antes de Alice Munro pero sabía poquísimo de ella, me gustaba mucho como sonaba su nombre y el hecho de que fuera canadiense, ese país que desde la distancia parece agreste y a la vez tan civilizado, con su bilingüismo, sus rascacielos y sus bosques nevados. Puro tópico e imagenes robadas de la televisión. Con el anuncio del Nobel vinieron las mesas de novedades inundadas de Munro y por una vez me alegro de haber caído en los engranajes de la maquinaria publicitaria que se ennoblece al vender algo como La vida de las mujeres.

¿Por qué me ha gustado?

  1. Dell Jordan. La genial protagonista, una voz tan viva que más que una voz parece una mano que sale del libro, te agarra por la garganta y te impide dejar de escuchar lo que tiene que decir. Dell Jordan empieza siendo una chiquilla impertinente con los ojos intensamente abiertos al mundo y a través de estos ojos que tienen la limpieza y la perversidad de la infancia vamos convirtiéndonos en un miembro silencioso de su extraña familia. A ratos una niña que chapotea en un riachuelo, una temeraria Lolita que roza territorios peligrosos, una adolescente intelectual que no sabe qué hacer con su cuerpo o una joven mujer que empieza a descubrir los goces y dificultades del amor.
  2. La familia. La madre y su ateísmo militante, esa mujer que abjura de la fe pero que siente una devoción enfebrecida por la razón y al conocimiento y cuya frustración por no heber tenido la posibilidad de una mejor educación hace que hace que deposite sus más altas esperanzas en la inteligencia de Dell. Las tías solteronas de una inteligencia práctica y pueblerina, que florecen en sus dominios pero se marchitan al enfrentarse a otros ambientes. Es una familia que no se limita a los lazos de sangre, está la inquilina Fern, con su doble vida de funcionaria de correos y cantante aficionada, su conmovedora inclinación a los placeres de la vida no demasiado aconsejables para una señorita añeja. Naomi, la mejor amiga, cómplice y rival de descubrimientos vitales, su compañía en esa realidad de outsiders, de niñas imperfectas, no tan delicadas y femeninas como se suponía que debían serlo. Los personajes masculinos están construidos de una manera diferente, es como si pasaran de perfil por el relato, el padre con su presencia silenciosa pero tranquilizadora, el atolondrado tío Benny, el hermano pequeño, Owen, por el que se percibe ese brusco amor fraterno: "No tenía nada que ocultar, nada que mostrar aparte de la indiferencia de su corazón puro".
  3. Jubilee. El pueblo-universo. Los habitantes de las ciudades solemos creer que los ambientes rurales manejan códigos morales más básicos que hacen que la vida sea sencilla y fácil de entender. Munro demuestra que la complejidad de la estructura social de un pequeño pueblo de Canadá puede ser absolutamente sofisticada y que transgredir una sola de sus normas puede condenar al infractor a un ostracismo irreversible.
El ritmo del libro es pausado, las estaciones van pasando y las cosas dramáticas simplemente ocurren y se engastan como una joya exótica en el metal ordinario del calendario. La sensación del paso del tiempo está conseguida de forma magistral.

Las reflexiones sobre la religión, el erotismo, la feminidad no se hacen nunca pesadas ni gratuitas porque van de la mano de las aventuras de Dell y sus experiencias, alucinanates desde el éxtasis ante un pavo real albino hasta sus coqueteos con la sonrisa de serpiente del oscuro Sr. Chamberlain.

El título original de esta novela es Lives of Girls and Women, hubiese preferido que lo conservaran porque justamente uno de los pilares de la narración es el paso de la infancia a la juventud y el contrapunto con la experiencia vital de la madre y las otras mujeres de la generación anterior en retrospectiva.

Está la vieja discusión de si hay una literatura femenina, etc. Si bien es cierto que la perspectiva narrativa es la de Dell (y su viaje "de niña a mujer..."), una de las mayores virtudes de Munro aquí es dejar abiertas las posibilidades de las muchas formas de ser mujer y abordar el mundo como tal.

A pesar de que no hay trucos narrativos o intrigas monumentales que no parezcan naturales en el entorno de Jubilee, el libro se lee con apetito y alegría y en algunos momentos, con la sensación de haber pasado de refilón por un espejo.

La edición es manejable y robusta, que es lo primero que se le pide aun libro de bolsillo, la traducción está muy bien, mantiene una sensación de que la prosa más limpia y despejada también puede ser la más brillante.

lunes, 2 de diciembre de 2013

LA ISLA DEL DR. MOREAU

Cuando uno se siente con poca resistencia a la frustración, lo mejor es buscar refugio en un clásico. En este caso, por pedestres motivos financieros, enfilé camino a la biblioteca. Hace poco hice un pequeño viaje a una bonita (y cara) ciudad del norte de Europa y mis finanzas aún tiemblan, así que de momento, me estoy absteniendo de consumismo literario; no  obstante, mis libreros habituales no deben temer, los adictos siempre recaemos. Además, hay que aprovechar ahora, antes de que las ansias privatizadoras del gobierno transformen las bibliotecas de barrio en salones recreativos, que son más rentables.

Una vez in situ, tuve que descender a esa planta pintada con colorines y amueblada con sillas enanas porque el único ejemplar de La isla del Dr. Moreau, está clasificado como literatura juvenil y se codea con las aventuras de las tres mellizas o el Botones Sacarino.

Este ejemplar es de la colección "Tus Libros", de Anaya, la edición es de 1990. Es un ejercicio de nostalgia para alguien que, como yo, atravesaba una gloriosa adolescencia en los noventa. Una colección con un diseño limpio y sin condescendencia, sus tapas blancas eran la sólida constatación de que algo bueno estaba a punto de ocurrir. Los contenidos extra, a saber, glosario, bibliografía y estudio crítico son de una profundidad que no está reñida con el orden y la claridad. Este baqueteado ejemplar ha pasado por las manos de numerosos usuarios de la biblioteca sin sufrir más que algunos raspones en el lomo. A pesar de ser parte de una colección dirigida al público juvenil, la traducción del inglés es íntegra y directa, sin resúmenes ni adaptaciones que edulcoren o desvirtúen la altura literaria de la novela. Incluso el papel mantiene casi intacta la deliciosa frialdad de su tacto satinado. Según cuenta Nuño Vallés en su blog El dinosaurio que estaba allí la colección aún existe pero ha perdido parte de las cualidades que le concedían su maravillosa calidad inicial, el post de Vallés es estupendo, como mucho sentido del humor y argumentos críticos.

La historia se abre con el útil recurso del manuscrito encontrado que sirve para ordenar la narración y lanzarla sin demasiados preámbulos: Edward Prendick, un joven biólogo inglés naufraga en medio del océano y queda a la deriva en un bote junto a otros dos hombres, con los que termina enfrascado en una lucha a muerte por los pocos alimentos que tienen. Al final, es el único sobreviviente y cuando ha perdido la esperanza, es rescatado por un barco, en el cual viaja Montgomery, un científico exiliado por oscuros motivos en una isla, a la cual se dirige con un cargamento de animales enjaulados y un ayudante de extraña apariencia. Hay una atmósfera de una crueldad indeterminada en el ambiente, que los pocos deseos de Montgomery de dar explicaciones contribuyen a enrarecer; el capitán, empapado siempre en alcohol, se niega a llevar al nuevo pasajero hasta su destino final y cuando llegan a la isla, para su desesperación, lo abandona nuevamente en el bote. Al final, Montgomery se  compadece de él y lo rescata nuevamente pero le advierte que probablemente su presencia en la isla no sea bien acogida. Nuevas criaturas, esta vez una especie de hombres de rostro alargado y extrañas proporciones, ayudan a descargar el cargamento.


Una vez en la isla, entra en escena en Dr. Moreau, a quien Pendrick reconoce como un científico, notable en tiempos, que fue expulsado del la comunidad científica y a la larga, de Inglaterra, por la revelación periodística de sus crueles experimentos de vivisección de animales. Aunque Pendrick no presencia los experimentos, los terribles aullidos de un puma,sometido a la tortura científica, lo conducen a un estado de pánico que lo impulsa a recorrer la isla, sólo para encontrar el horror de otras extrañas criaturas que vagan por la selva y sufrir la persecución del que luego sabremos que es el hombre leopardo.

Para lograr calmar al alarmado huésped, Moreau se ve forzado a explicar la motivación y la naturaleza de sus experimentos y le aclara que su criaturas no son mezclas entre humano y animal sino hibridaciones y modificaciones, ayudadas por la transfusión de sangre. Estas conversaciones son, a mi juicio, la parte más fascinante del libro; en ellas, desarrolla sus teorías sobre la plasticidad de la materia viva y de cómo mediante sus cirugías sobre animales "vueltos a esculpir para darles nuevas formas", crea nuevos seres a los que educa en una especie de imitación de humanidad. El personaje de Moreau, su físico, su presencia avasalladora, su discurso hipnótico, condensa los dilemas éticos de la historia.

Moreau ha creado un universo en su isla en la cual él es el amo y supremo creador. Reconoce que está lejos de alcanzar el éxito con sus criaturas y que en cuanto empieza a notar los límites de su evolución, las deja libres (en otras palabras, las abandona) y han terminado por vivir juntas en una zona donde habitan en rudimentarias cabañas. Sin embargo, mantiene un férreo control sobre ellas mediante un mecanismo de doble filo tan antiguo como perfecto: la religión y el miedo. Las criaturas viven de acuerdo con un credo basado de un grupo de prohibiciones básicas: caminar a cuatro patas, probar la carne, atacar a los hombres y probar el alcohol. Hay una especie de clérigo, una criatura llamada el Recitador de la Ley que se ocupa de liturgia cotidiana, una repetición de cánticos que temina siendo casi un trance hipnótico colectivo destinado a fijar las conductas y el miedo; el elemento de control más poderoso es el recuerdo de La Casa del Dolor, donde fueron creados. El Canto que las criaturas han de repetir, tiene unas escalofriantes resonancias bíblicas:

   -Suya es la Casa del Dolor.
   -Suya es la Mano que crea.
   -Suya es la mano que hiere.
   -Suya es la mano que cura. (...)

El Wells socialista y firme partidario de la razón y el progreso, asoma en esta crítica casi iracunda a la religión, especialmente, cuando ocurre el añadido de la teoría de la resurrección crística del amo. A pesar de su agresividad, el alegato antirreligioso, tiene tanta altura literaria que no supone una intrusión en la fluidez del relato.

Sin destripar la deriva final de la historia, diré que el protagonista, tras grandes padecimientos puede regresar a la civilización pero su creencia en el ser humano queda irremediablemente dañada, percibe debajo de los rostros y las conductas ese rastro de salvajismo que descubrió en los hombres que se cruzaron en su extraña aventura, más que en las bestias envilecidas por la manipulación de su cuerpo y su mente. 

¿Recomendación? Leerla. Es un clásico necesario, urgente, que no ha envejecido un ápice. No se dejen engañar por el rótulo de literatura juvenil, es buena literatura a secas, apta para cualquier público.


domingo, 24 de noviembre de 2013

ELLA, TAN AMADA



En la biblioteca de mi barrio organizan pequeñas exhibiciones temáticas, supongo que con el fin de mover sus fondos y tentar a los usuarios con platos poco usuales; no les suelo hacer mucho caso pero la última vez que fui, consiguieron atraparme, era una especie de semana de Italia y promocionaban a unos autores no muy conocidos en España, yo buscaba un libro que me acompañara en el autobús por lo menos una semana laboral (descartados relatos cortos y poesía) y entonces vi esa portada con una foto en blanco y negro de una mujer de una belleza indolente, toda vestida de negro con una elegancia atemporal que podría hacerla habitante de por lo menos tres siglos diferentes. Entonces, todavía no muy segura, abrí el libro y me encontré con este poema de Rilke:

Ella, tan amada,
tanto, que una lira se desbocó en lamentos
nunca oídos antes de labios de plañideras;
lamentos que conformaron un mundo
en el que todo el mundo volvía a estar presente: bosque y valle
y camino y pueblo, campo y río y animal;
y que en torno a este mundo-lamento, igual
que en torno a la otra tierra, iba un sol
y un silencioso cielo estrellado,
un cielo-lamento con estrellas deformadas:
Ella, tan amada.
Orfeo Eurídice Hermes

El libro empieza relatando una costumbre de algunas tribus del África ecuatorial que consiste en que cuando un enfermo se cura, tiene que cambiar de nombre pues consideran que el yo enfermo ha muerto y el que ha resurgido es otro, con el nombre se pierde la identidad asociada a él, se elude el destino al que el enfermo estaba condenado y existe la posibilidad de empezar de nuevo.

Entre el poema y el comienzo del primer capítulo, me apoderé del ejemplar, corrí al mostrador de préstamos, donde una atractiva bibliotecaria tatuada hizo el trámite de rigor. Luego, cuando fui a devolver el libro tuve la certeza de que la bibliotecaria, con el atuendo adecuado encajaría en alguna fiesta berlinesa de entreguerras en la que ella y Annemarie se habrían cruzado una mirada.

Advierto que la experiencia de leer esta novela biográfica está llena de altibajos, momentos de verdadero deleite y otros de incomprensión o enfado, seguidos de ataques de compasión y ganas de besar o abofetear a la protagonista.

El terreno de las biografías noveladas no ha sido nunca de mi predilección. Juntar narrativa con el relato ordenado, sistemático y documentado de una vida siempre me ha parecido una labor imposible o directamente una impostura. No obstante, en este caso Melania Mazzuco crea un dispositivo que funciona con eficiencia y belleza, como un reloj suizo. La metáfora relojera está muy gastada pero viene al caso porque fue en Suiza donde nació Annemarie Schwarzenbach, la reina de esta historia.

He de decir que al comienzo me costó un poco meterme en el universo del relato, posiblemente porque se inicia con una visión retrospectiva, en la que los personajes que aún no conocemos, poco dicen de sí mismos e incluso se confunden entre sí, como si el lector se viese en el brete de tratar de distinguir los rostros de un grupo que gira en un carrusel demasiado veloz. Por fortuna llega pronto un momento en que el relato coge vuelo y engancha al lector por las solapas para ya no soltarlo.

Annemarie Schwarzenbach ha devenido en un personaje memorable porque se negó a asumir el destino que le venía impuesto por su nacimiento. Hija de un millonario industrial de la seda suizo y de una madre fanática de los caballos y la música. Una princesita rubia, bella, seductora desde niña y brillante. Tendría que haber hecho un buen matrimonio, a ser posible con un noble que sumara el lustre de un título a sus millones, dar a luz preciosos niños tan dorados como ella y cultivar alguna afición bella y edificante: caballos, música. paisajismo, whatever.

En cambio, nuestra Annemarie empezó a traicionar sus orígenes desde muy pequeña, desde el momento en que se descubrió que como jinete era apenas mediocre, para consternación de mamá y no entendió que el juego de la androginia y de los disfraces de marinerito eran un divertimento para los mayores y no una elección vital. A pesar de empezar a seducir a las amigas de su madre, siendo apenas adolescente, esta linda manzana podrida, más que una paria, fue siempre un amor difícil para su familia.

Antes de seguir adelante, unas palabras sobre Renata, la madre, "una amazona formidable", una mujer que no concibe la duda, que contempla el mundo desde ese elevado lugar que han construido generaciones de antepasados. Fue esta mujer la que crió a ese hermoso pero frágil y dislocado ser. Una paradoja sólo en apariencia. 

Luego vino la época de estudiante Berlín, las aventuras con amigas de todo tipo, desde alguna camarera ojerosa de un garito ilegal, hasta las más exquisitas damas de alta sociedad, cuya mayor cuita era el estado de la nieve polvo de su estación de esquí habitual. Apareció el relámpago oscuro de Erika Mann, que habría de iluminar toda su vida con una luz ambivalente; en realidad no sólo Erika sino también su hermano Klaus, homosexual también, escritor a la sombra del genio de su padre, Thomas Mann; otro ángel pálido y perdido que no acabó de encontrar un lugar en el mundo. Tenía que desatarse por fuerza una guerra entre la madre y Erika que se despreciaban mutuamente pero sabían del formidable poder del que cada una disponía sobre ese campo de batalla que era el amor de Annemarie.

Tuvo también nuestra Anne, un largo romance con la morfina, paralelo a todas sus aventuras, sustancia que "fue su amiga más íntima", casi diez años de fiel adicción. Por un puente de agujas hipodérmicas se accedía a otro pliegue de la realidad, otro país de belleza helada lleno de placeres por descubrir, un sumergirse en un mar de sensaciones que borraban la angustia de su extraña identidad irreconciliable, un lugar sin elecciones dolorosas o encrucijadas . Pero estos placeres salían muy caros y se cobraron su precio en sangre y en vida. A veces los viajes, la escritura o la pasión la alejaban del abrazo de esta amiga, de la que al final logró arrancarse.

Tal vez para huir de las disyuntivas vitales y amorosas, para no tener que escoger, se hizo una viajera, una nómada que recorrió Persia, Rusia, lugares de África en los que nunca había puesto el pie una mujer blanca. Buscaba mundos tan nuevos que tuvieran el poder de anular su pasado. Mientras tanto escribió libros de viajes, artículos, poemas. Puede que ese también ese deseo de huída haya sido la causa de su matrimonio con un diplomático francés, un funcionario impecable que tal vez haya visto en ella al efebo que sus convicciones le impedían amar en público. Fue un matrimonio extraño, intermitente, pero probablemente no más infeliz que muchos otros.

Annemarie Schwarzenbach

 Annemarie y su mítico Mercedes blanco, Berlín 1932

Vivió también una intensa etapa en Nueva York, donde consiguió que Carson MCullers casi perdiese la cabeza por ella, al punto de dejar a su marido. Era experta en hacerse amar pero una vez que tenía la bomba del amor haciendo tictac en sus manos, o bien, entraba en pánico o buscaba una manera razonable de desactivarla. Tal vez esta fue su aventura más arriesgada, por la que caminó en el filo de la locura y terminó en el infierno terrenal de un manicomio.

Cuando parecía que había alcanzado un remanso, alguna posibilidad de reposo, esta niña rica que nunca tuvo dinero propio iba por fin a comprarse su primera casa propia, entonces tuvo un ridículo accidente, se cayó de una bicicleta, entró en coma, nunca se recuperó y murió en poco tiempo. Tenía treinta y cuatro años. Vivió de prisa y dejó un hermoso cadáver.

En el terreno de la literatura no creo en los spoilers, una buena historia se lee aunque se conozca al final, que en este caso se cuenta desde el comienzo.  Aún así, no quiero descubrir mucho del estupendo epílogo, en que hay un cambio radical, toma el control otra voz narrativa, la de la cronista que apenas se había entrevisto en los capítulos precedentes. Se deslizan revelaciones sorprendentes pero que casan perfectamente con el rompecabezas que ya creíamos compuesto y hacen que el conjunto se perciba de una manera distinta, todo al hilo de la pasión por la fotografía de uno de los miembros de la familia Schwarzenbach.


En conjunto, una buena lectura, con sus picos y sus valles, morosa por momentos pero que transmite con fidelidad una vida llena de pasión por el mundo y por la literatura. Queda la asignatura pendiente de leer alguno de los libros de Annemarie, que con el tiempo, al parecer han crecido en el aprecio de la crítica y el público, según he leído, Muerte en Persia está traducido al castellano y podría ser un buen comienzo.

Más información: 

Reseña de la novela en el blog Piélago de lecturas, con unas muy pertinentes observaciones sobre algunos detalles editoriales.
Un artículo de 2004, La viajera más triste del mundo sobre Muerte en Persia en El País
Reseña en Elcultural.es
Artículo biográfico Annemarie Schwarzenbach: el ángel inconsolable en  Red Literaria

sábado, 19 de octubre de 2013

HENRY Y CATO


Todo el mundo sabe quién es Iris Murdoch. Yo también creía que lo sabía: personaje indiscutible de la literatura en lengua inglesa del siglo pasado, Dama del Imperio Británico (me encantan estos títulos), presencia radical en las memorias de muchos de sus brillantes contemporáneos y heroína de una notable película biográfica.

 

Pero lo fundamental de Murdoch sólo se sabe hasta que se leen sus libros, únicamente en ese extraño territorio a la vez secreto y público se puede compartir su visión entre la clínica y la lírica de los conflictos  humanos. Hasta hace un tiempo yo no había tenido ese privilegio. Durante la pasada Feria del Libro de Madrid, me acerqué a uno de mis sitios de visita fija: la caseta de Impedimenta, donde tuve la suerte de que me atendiese su editor, Enrique Redel. En lugar de felicitarlo por la excelencia de sus libros, como hubiese sido lo más educado, me largué a despotricar sobre la única de sus obras que hasta la fecha he encontrado mediocre (no hace falta sacarla a bailar ahora). Entonces, supongo que para cerrarme la boca, me recomendó Henry y Cato, que obediente procedí a adquirir.

Guardé el libro un par de meses, como haría un avaro con un manjar, a la espera de disfrutarlo en su mezquina soledad. De vez en cuando deslizaba un dedo por el delicioso papel rugoso de la portada, hasta que un largo vuelo me dio la ocasión de colarme en ese universo hilado en torno a la relación de estos dos amigos que se reencuentran en un momento de crisis vital. Un cruce de caminos. Una de esas encrucijadas en las que siempre se ha dicho que se aparece el diablo, aunque el significado del encuentro con sus demonios personales tendría un significado del todo diferente para cada uno de estos dos amigos.

Henry Marshalson y Cato Forbes han vivido su vida en rebeldía, aunque de formas diferentes. Henry, el segundo hijo de una rica familia inglesa (segundón sería el término exacto) ha dado la espalda a la vida que se esperaba de él para ser profesor en una lejana universidad americana, una carrera no muy brillante, una vida construida a su medida entre el aislamiento elegido y una delicada burbuja basada en su relación -sólo en apariencia libertina-con una pareja de amigos que le brindan un afecto que lo hace sentirse ligado a otros seres humanos pero que no le exige grandes sacrificios o compromisos. La muerte de su hermano mayor le hace regresar a casa, heredero de una fortuna que no desea y de la que está decidido a deshacerse, para consternación de su madre. Cuánto hay de venganza contra esta madre por quien nunca se sintió amado y cuánto hay de libertaria autodeterminación en esta decisión, se irá viendo a lo largo de la trama.

Cato ha encontrado otra forma de rebelión: la fe. Se ha convertido al catolicismo y se ha ordenado sacerdote en contra de todas las expectativas y convicciones de su padre, para quien la nueva religión de su hijo representa un oscurantismo, una renuncia a la vida que no puede entender ni tolerar. Algunos de los pasajes más conmovedores de la novela son los que describen la sensación casi alucinada de fervor y comunión con el mundo que acompañó la conversión de Cato. Para los que hemos sido criados como católicos, resulta curiosa esta fascinación (conversión incluida) de un buen número de autores anglosajones protestantes de origen con nuestra religión; me vienen a la cabeza ahora nombres como los de Chesterton, Greene, Muriel Sparks o Tolkien. Es probable que mucho tenga que ver la belleza y el misterio de los rituales, el peso de la historia de nuestras viejas instituciones, la promesa de una entrega total, la fé del otro que parece más lozana, como es más verde el césped del vecino. Pero este refugio que se ha construido en su fe se viene abajo al advertir que se ha enamorado de un joven delincuente que acude a su parroquia en un barrio pobre de Londres; no es tan duro el conflicto homosexual que parece asumido con cierta mansedumbre, tal vez la salida a luz de una verdad presentida, como la grieta irreversible que este amor abre en los fundamentos de su vida. 

La penetración de Murdoch en los dilemas morales de sus personajes es tan profunda que por momentos resulta tan difícil de presenciar como una cirugía a corazón abierto y sin anestesia. Queda la sensación de que todo el mundo esconde una mentira y que a lo que se teme más que a nada es que esa mentira emerja porque puede tener un terrible poder aniquilador.

Una historia muy inglesa pero también universal. Las dificultades de amar a la familia, el miedo a la intimidad, el daño que se hace a los que intentamos querer, la cuasi imposibilidad de reconstruir las relaciones, el enamoramiento como perturbación. Henry de una manera tortuosa rehace su vínculo con ese hermano muerto que respondía a la perfección al ideal de heredero que esperaba la madre; Cato no puede más que contemplar su propia caída con los ojos abiertos. ¿Levantarán la cabeza y podrán seguir adelante o seguirán mordiendo el polvo de su fracaso personal? No les robaré el placer de saberlo por su cuenta. Léanlo, por favor.

Todas las líneas de la historia van a confluir en una crisis de resolución en la que el drama de la situación está perfectamente encajada con el perfil de los personajes y las tensiones que han ido creciendo entre ellos. Con lo difícil que es que los finales le hagan justicia a los buenos relatos, es este caso yo cerré el libro con un suspiro que no sabia si era de alivio o de tristeza.

La traducción de Luis Lasse es cuidada. La edición, como es habitual en este sello, impecable. La portada es una habitación en la que muchos querríamos irnos a vivir.

Más información en:

Ficha en la web de Impedimenta, se puede descargar el primer capítulo. Ojo: el que lo haga, no podrá parar.
Artículo en la revista Jot Down centrado en la fascinante figura de la autora.
Reseña en el blog de Francisco Casoledo
Reseña del Escritorio de Guillermo Urbizu
Entrada en El librófago cuando aún era blog (ahora ha mutado en revista).
Hay algunos comenarios muy interesantes en goodreads (en inglés)
 





lunes, 30 de septiembre de 2013

CARTOGRAFÍA DE LAS PUTAS I

Camino mucho por Madrid. Casi siempre por motivos prácticos: ir y volver del trabajo; comprar la fruta en el mercado de Antón Martín; tomar un poco al sol mediodía y evitar que me crezca moho de oficina por encima. Será porque suelo moverme casi exclusivamente por el centro pero las putas son una constante en el paisaje urbano que me rodea. Puta, una palabra dura, tristemente adecuada a la realidad de estas amazonas de la calle. Meretriz tiene un sonido clásico, como de terciopelo rojo, plumas y  secretos de cama bien guardados. Prostituta, parece una mezcla ente profesional y sustituta, como una empleada temporal que suple una baja por enfermedad. Ramera, etimológicamente viene de los ramos de flores que las prostitutas medievales colgaban en sus puertas como enseña de su oficio, tampoco funciona. Trabajadora sexual, un término vagamente funcionarial, algo que nadie dice, salvo las asistentes sociales. Hetaira, sofisticada anfitriona de filósofos y políticos, descartado. Buscona, cortesana, mesalina... venerables antigüedades para poner en la repisa. Así que putas tendrán que ser.

Durante un tiempo se puede caminar y pasar por su lado como si fueran la colorida mercadería de una tienda de pájaros pero al cabo de unos días empiezas a verlas, más allá de sus minifaldas de polipiel, sus escotes rebosantes, su rimmel dorado. Ese gesto de cansancio que desmiente el porte de gata en celo y que termina con un receso sentada sobre una caja de cartón que hace de improvisado taburete.

Habrá que empezar por la calle Montera, escaparate de grandes almacenes del putiferio a precios populares. Junto al cine Acteón, el núcleo de las cada vez más jóvenes y bellas africanas, ruidosas, con una especie de algazara maniaca que imagino como un arma para defenderse los filos de la "vida alegre", frente a la comisaría de la policía municipal, rubias europeas del este siempre atentas a sus teléfonos. Junto a las zapaterías de remate, latinas de curvas radicales y rostro de miel templada. De todo un poco. Esta calle ha cambiado mucho en unos pocos años, ha pasado de una sordidez relativamente discreta a la rara mezcla que es ahora de terrazas soleadas en las que los turistas y algún nativo hacen cola para tomarse un yogur helado y los consabidos sex shops y los pisos de paso, donde imagino se consuma el comercio carnal.

En la esquina de Montera con Jardines, a media tarde, que es la hora en la que suelo pasar por allí, suele permanecer un grupo muy peculiar: un par de dominicanas con aire de ser familiares; una rusa que, al contrario que todo el mundo, se tiñe el pelo de rubio a negro; una diminuta morena siempre vestida de rosa Barbie y la más espectacular de la pandilla, una transexual de tensos pechos de silicona, tatuados con guirnaldas de flores que también se enredan por sus tobillos, irremediablemente masculinos y siempre trepada a los zapatos  más altos y más grandes que jamás he visto, prodigios de la industria del calzado, con franjas de vinilo florescente, tacones de metacrilato con perlas flotando dentro y un complejo aparataje de tiras destinado en vano a contener esas pantorrillas de jugador de fútbol. Nunca me he atrevido a hablarles, aunque las veo casi a diario pero a veces me voy con un fragmento de sus conversaciones enredado en la conciencia: niños que se escapan de colegio, lo caro que sale el alisado japonés, lo bien que caería una siesta en vez de estar aquí plantadas en la resolana. Justo al lado de su esquina hay un local chino, a medio camino entre el bazar de variedades y la tienda de alimentación, donde las he visto comprando gominolas de melón, ganchitos y helados tricolores, alimentos más propios de la merienda de una niña que de estas curtidas mujeres, que cada día se lanzan a la calle, rodeadas de los despreciables peces piloto propios de su oficio: proxenetas, hermanados por un repetido aire de satisfacción personal; viejos mirones que pretenden conversar y arrancar algún magreo gratuito; borrachos; locos.

Algún día me gustaría detenerme, invitarlas a un café, contarles algo de mi día, de cómo me quedé a terminar un informe o quiero ir a comprarme una chaqueta en el Mango de Gran Vía. También me gustaría saber más de ellas, de esas vidas que presumo construidas de pequeñas satisfacciones cotidianas y grandes dosis de sufrimiento. Se que esto nunca va a pasar, soy demasiado tímida para arriesgarme y me entristece pensar en la historia de esa parte del mundo que se va a quedar esperando a alguien que la pueda oír.