domingo, 30 de agosto de 2015

Oso (Marian Engel)



Mucha gente ha hablado ya de Oso, gente con un estupendo gusto literario y tino a la hora de hacer recomendaciones como mi amiga Ana Blausfemia en su contundente reseña. Es raro que una novela canadiense publicada en 1976 esté electrificando a lectores españoles en 2015. Ah, ese olfato de los editores de Impedimenta para rescatar joyas en otras lenguas para su fiel legión de ¿clientes?, por mucho que incomode la terminología mercantil, se han creado un público y eso es difícil y admirable.

Cuando escribo sobre un libro procuro no hacer demasiadas revelaciones sobre la trama que puedan socavar la experiencia de un lector "virgen". Ya sé que no leemos sólo por el ánimo de llegar al final de una historia, que lo importante es cómo esté contada, etc., que si lo importante fueran los hechos, Cien años de soledad se condensaría en: "saga familiar de gente progresivamente loca, con muchos nombres repetidos que ocurre en Macondo, un pueblo que es y no es todos los pueblos de Latinoamérica, al final la estirpe se extingue por su incapacidad de amar" No creo en el spoiler, salvo en cierto tipo de literatura, por favor que nadie cuente el final de Diez negritos al pobre lector que cabalga a mitad de su ingeniosa serie de asesinatos.

Todo lo anterior sólo para advertir que este comentario está plagado de spoilers, así que como en el cartelito que Dante colgó a la entrada del infierno: los que entréis abandonad toda esperanza (o algo parecido). La excepción viene porque es imposible hablar de este libro sin contar algunos detalles de lo que ocurre en él y, por otro lado, nada de lo que yo adelante aquí logrará arruinar el placer que el lector afortunado extraiga de esta maravillosa novela.

Empiezo a destripar esta belleza como haría un oso hambriento con un rosado salmón: la protagonista es Lou, una solitaria bibliotecaria que trabaja clasificando documentos en una biblioteca de una innominada ciudad canadiense. A pesar de sus carencias parece que su trabajo la hace muy feliz, de hecho durante el invierno es casi como si tuviera una existencia plena; un topo feliz ocupado en su confortable madriguera en el trabajo de datar y dar consistencia histórica a fragmentos de realidad abandonados: viejas fotografías de personajes cuya identidad es un enigma a resolver, manuscritos abandonados, correspondencia donada por las familias que ya no quieren cargar con los recuerdos de un remoto antepasado. Sólo la llegada del verano acababa con su ficción de felicidad y le recordaba que había un mundo allí fuera que ella se estaba perdiendo, que tenía la piel pálida y que su cuerpo tenía un hambre que los libros no podían saciar.

Como en todas las historias buenas, esta empieza con una ruptura de la cotidianidad: un tal coronel Cary la legado toda su herencia a la biblioteca en la que Lou trabaja y ella reciba la oferta del director de desplazarse hasta la isla de Cary (según mi sucinta investigación, una isla imaginaria) en el norte de Canadá y clasificar la extensa biblioteca que la mansión contiene. Todo: isla, mansión y biblioteca son parte del legado. Así que el topo hace sus maletas y parte hacia el poblado de Brady (algo más que un puñado de casas y un camping) en donde un rústico hombre local, Homer la conduce en lancha hasta la isla y con esa actitud escéptica propia de la gente de pueblo respecto de los citadinos le explica el funcionamiento de todo, desde una lámpara de keroseno hasta la bomba del agua. También le cuenta algo de la historia de los Cary (el primer coronel era un militar inglés algo chiflado por la isla y por los libros). El personaje de Homer es el vínculo con la cultura local y casi el único contacto humano que la protagonista tendrá a lo largo de la narración. Está claro que Homer siente un orgullo de nativo por la belleza del lugar: "-Nadie se ha ido nunca de aquí de no haberse visto obligado a hacerlo.(..)" y sólo vacila en su exposición al final de su visita de introductoria por la casa y aledaños:

"-¿Alguien te ha hablado... del oso? -preguntó Homer."

Es una línea magnífica, podemos sentir el estupor de la protagonista al escucharla. Lo del oso tiene las trazas de una tradición familiar: "al parecer siempre había habido un oso allí. Ese lord Byron que tanto gustaba al primer coronel había tenido un oso. Jocelyn Cary tenía un oso. Y allí seguía habiendo un oso."

En un surrealismo sin estridencias, aceptamos oso como animal de compañía y Homer le da unas cuantas recomendaciones: que recuerde que es un oso viejo y con buen carácter pero no olvide que es un animal salvaje, que no lo deje escapar y por lo demás que lo  trate como un perro, en todo esto cita la sabiduría de una tal Lucy King, una venerable india casi centenaria que ha cuidado al animal desde la muerte de su ama.

Así nos encontramos a nuestra heroína cuando toma posesión de sus nuevos dominios

"Así que este era su reino: una casa octogonal, una sala llena de libros y un oso.

     (...) Sin abandonar su trabajo, que le encantaba, la habían depositado en una gran mansión de la provincia, a principio de verano y en una de las mejores zonas de vacaciones. Estaba algo aislada, pero siempre había disfrutado de la soledad. Y la idea del oso resultaba maravillosamente isabelina y exótica".

Esta es una muestra de la capacidad de Engel para escribir una prosa sencilla, llena de sentido, en la que cada elemento tiene su razón de ser y absolutamente nada sobra.

Sigo dinamitando el argumento: Lou se instala, por fin se atreve a acercarse lo suficiente a la cabaña como para ver al oso. Sabemos de antemano que no es un amante de los animales y que no se nos va a convertir en una Jeanne Goodall de los osos. Este primer encuentro es definitivo, borra de su mente todas sus ideas previas sobre el concepto "oso", de alguna manera es un borrado automático de sus prejuicios sobre el animal que tiene enfrente:

     "Oso. Allí. Mirando.
       Ella también lo miró.
       En algún momento de nuestras vidas todos tenemos que decidir si somos o no platónicos, pensó. Soy una mujer, estoy sentada en una escalera, como tostadas con beicon. Eso es un oso. No es un oso de peluche, no es el osito Pooh, no es el koala del logotipo de una aerolínea. Es un oso de verdad.
(....) Un bulto polvoriento de pelo negruzco en la puerta. Tenía un largo hocico marrón rematado en una nariz negra, seca y curtida. Sus ojos eran pequeños y tristes."

Todo lo que viene de aquí adelante es la historia de la relación de Lou con el oso, cómo lo alimenta, lo lleva a nadar, lo deja tumbarse junto al fuego mientras trabaja en clasificar la extensa biblioteca Cary. No podría decir claramente si todos estos progresivos acercamientos son una proceso de domesticación o de seducción. O ambos. Porque aquí viene lo escandaloso del libro: en un punto de su relación Lou y el oso intiman de una forma absolutamente no platónica. Sí, ¿para qué aplazarlo más? Hay que decir que un fuerte ramalazo zoofílico es esta historia. La maestría de la autora está en que nos hace adoptar casi por completo la visión de su personaje y mientras leemos estamos tan sumergidos en este universo, tan curiosos, tan atentos que se nos olvida cuestionarnos moralmente lo que estamos leyendo.

En la contraportada se define a la novela como "delicadísima y calculadamente transegresora" pero también aparece una cita de Robertson Davies que habla de ella como "una novela obscena y extraña a  la vez".  El contraste de adjetivos es chocante ¿puede algo ser delicado y obsceno a la vez? No hay una respuesta fácil pero a juzgar por este obra de arte, sí, es posible. Es la misma sensación que he tenido alguna vez antes las ¿flores? de Georgia O'Keefe


Inside Red Canna. Fuente: wikiart

"¿Es sucio el sexo? Sólo cuando se hace bien", Woody Allen dixit. ¿Puede ser artística la obscenidad? Sólo si está bien hecha. Es una apuesta arriesgadísima porque cuando falla hace que el libro apeste de manera irremediable y ahoga todas sus otras posibles virtudes como en el caso de Zonas húmedas, que comenté hace un tiempo. En definitiva, para ser cochino en literatura y mantener la belleza del conjunto de la obra hay que tener mucho talento. Uno de los motivos por los cuales la literatura es una herramienta tan certera para explicarnos el mundo es porque nos permite llegar a territorios donde disciplinas como la psicología no pueden llegar por su propia naturaleza, nos ayuda a aprehender lo incomprensible, a poseer algo de su sentido aunque no lleguemos a explicárnoslo. 

Volvamos con Lou y Oso que ya se van juntos a nadar al lago de aguas heladas y han superado la violencia de sentarse el uno junto al otro: 

"El oso se echó tan cerca de ella como le permitía la cadena. Lou lo desató y él fue a sentarse junto a su rodilla. Extendió una mano y le frotó el pescuezo; la piel del lomo estaba muy suelta y el pelaje espeso -muy espeso, espesísimo- empezaba a resplandecer gracias a los baños. 

Cada paso, cada aproximación, como la de superar el pánico de sentir las garras del animal rozar el suelo de madera de la mansión, nos hacen que el momento más escandaloso del relato nos resulte creíble:

" (...) junto al lomo del oso, algo apartada y también apartada del fuego y, desolada, empezó a hacerse el amor.
     El oso despertó de su sopor y se volvió. Sacó la pecosa lengua. Era gruesa y como decía la enciclopedia, tenía un surco longitudinal. Empezó a lamerla. (...)
     (...) La lengua, no solo musculosa sino también capaz de alargarse como una anguila, encontró todos sus rincones secretos. Y, como la de ningún ser humano que hubiera conocido, perseveró en darle placer. Al correrse sollozó, y el oso le enjugó las lágrimas."

Este pasaje que por su conmovedora carga de tristeza, me resulta difícil calificar de erótico, nos explica tantas cosas de la soledad, de la casi minusvalía que supone para un ser humano no haber sido bien amado, de la jaula que pueden suponer las costumbres y las formas de vivir a las que nos hemos hecho. De alguna manera nos queda claro que para el oso este encuentro no es algo de naturaleza sexual (en los animales, el instinto claramente manda) y que es más un juego, una demostración de amor a quien, de alguna manera, le ha cuidado y le ha devuelto parte de su dignidad de animal. 

Creo que me he excedido un poco en citas y en alabanzas pero no lo puedo evitar. Pese a su brevedad, la novela no sólo nos cuenta los avatares de la extraña pareja, va enlazando también la historia de la saga de los Cary, hasta llegar a la fascinante dama que fue Coronel Jocelyn Cary, la generosa legataria, un personaje que te parecen tan absolumente tangibles y "reales" porque parece que ningún escritor es capaz de crear un carácter tan extravagante sin riesgo de caer en la exageración libresca. Los pocos personajes secundarios están delineados con trazo minimalista pero efectivo, lo poco que sabemos del director de la biblioteca nos basta para odiar su carácter de mazapán y aunque Homer no sea simpático al menos hay algo auténtico en su rudeza y algo mítico en Lucy King y sus consejos de cuidado de osos. 

Hasta las relaciones más extrañas tienes sus tabúes y Lou intenta traspasar los del oso y es la bestia quien parece tener más sentido común y devolver su romance a los límites de las diferencias irreconciliables de especie. 

Aquí hay tristeza, fracaso, ese tan desprecio cruel que sólo podemos también por nosotros mismos pero también vemos a Lou curarse, recuperar su cuerpo, apoderarse de la belleza del lugar, y vemos surgir en ella una valentía loca y arrojadiza. 

No sé si termina bien o mal. Termina, como los amores de verano, como las vacaciones. 

¡Leed, malditos, leed!
(por favor).

P.S. La traducción de Magdalena Palmer es irreprochable.

jueves, 16 de julio de 2015

LOBAS DE TESALIA (Pilar Pedraza)



La literatura de género es una cárcel. No para los lectores voraces que somos como ovejas felices triscando en el pasto más verde y saltándonos los vallados de las etiquetas sino para los autores que muchas veces se ven encajados en un espacio más pequeño del que su talento les merece. Este es el caso de Pilar Pedraza, autora de Lobas de Tesalia. Quienes la conozcan (una selectísima minoría entre la cual, modestamente me cuento) la tendrán clasificada como una escritora gótica, tal vez la única y auténtica escritora gótica española contemporánea.

Es de común conocimiento que el género gótico (siempre he dudado si que más que de un género habría que hablar de un estilo) ha sido declarado muerto varias veces y algunas de ellas, con motivo. Lo gótico estuvo, en principio ligado exclusivamente a la narrativa inglesa y los expertos se ponen más o menos de acuerdo en definir El monje (1796)de Matthew Lewis como la obra más representativa de la primera oleada gótica con todo su aparato de castillos oscuros, pasajes secretos, telarañas, esqueletos emparedados, doncellas pálidas en peligro y villanos con una marcada tendencia a la perversión sexual (mejor si eran condes italianos o inquisidores españoles). Como tantas otras modas literarias puede decirse que murió de éxito, su "férrea estructura formulaica"(1), la repetición de los argumentos, los personajes unidimensionales y, en general, su deriva hacia una predictibilidad infantiloide la hicieron perder el favor del público que en un momento dado la consumió con fervor. Tuvo que venir un genio como Edgar Allan Poe para insuflarle bríos ¡y qué bríos! de nuevo. Fue su introducción del terror psicológico (la locura, el reverso oscuro del amor, las pulsiones salvajes) dentro de los escenarios clásicos lo que aún nos fascina a los lectores.

Parece que cada vez que se anuncia una nueva era de la razón en que el progreso nos hará más felices a todos y que la humanidad camina de la mano hacia la luz, el gótico sale de su tumba para recordarnos que los hombres somos por dentro básicamente oscuros. Así se explica, por ejemplo, ese milagro de aclimatación literaria que es el gótico sureño en los Estados Unidos. Bradford Morrow y Patrick MacGrath, editores de Los nuevos góticos (1991), una excelente compilación de relatos góticos contemporáneos (bueno, ya son el siglo pasado) definen no sin ironía pero con mucha razón a Freud como uno de los mayores seguidores de Poe y ponen a sus casos clínicos en la honorable liga de "las más inspiradas narraciones del género". (2)

Pedraza no necesita los patrones temáticos más manidos del género para hacer una gran historia. Su relato está ambientado en la Roma imperial retratada en el punto álgido de su esplendor, justo como una fruta madura que empieza a pudrirse y con ello su olor y su belleza se vuelven aún más intensos. La heroína de esta historia, Lupercia Mania, una mujer fuerte e independiente -su condición de viuda y su profesión de farmaceútica (más que la dispensadora de medicamentos que designa el término contemporáneo, era una herborista, fabricante de filtros, perfumes y remedios tradicionales) son de gran ayuda- ve interrumpida su plácida cotidianidad por la inesperada muerte de su amiga Póstuma, quien a medida que avanza la trama se rebela como algo más que una respetable matrona de familia senatorial con buena mano para la gemología y cierta inclinación por los rituales mágicos.

Los siniestros acontecimientos que tienen lugar durante los ritos funerarios de Póstuma son el inicio de la aventura de Lupercia y su pequeño grupo de héroes. Sin dar demasiados detalles de la trama para aquellos que se atrevan con esta extraña joya, puedo avanzar que la mano del cadáver, que porta un significativo anillo es robada antes de que el cuerpo haya podido ser adecuadamente despedido con todos los ritos que deben guiar su paso al otro mundo. Este hecho desata una serie de desgracias y malos augurios para el espíritu de la fallecida y sus deudos, por lo cual finalmente Lupercia se ve empujada a encabezar una expedición que parte a la caza de la reliquia.

Al comienzo esta historia parece tener el foco exclusivamente en los personajes femeninos que en todos los casos deben luchar como lobas por hacerse un lugar en la patriarcal sociedad romana y aunque con frecuencia su inteligencia les merecería un lugar de mayor importancia, deben valerse no solo de ella sino de otras artes secretas para ocupar un sitio que de sobra merecen; lejos del cliché de la conducta sentimental atribuida tradicionalmente a las mujeres hay una certera alusión al sentido práctico femenino: "A mi siempre me ha gustado que haya presencia femenina en los asuntos públicos graves, además de los domésticos, ya que descentra a los hombres y precipita soluciones más rápidas y realistas".

El viaje que han de emprender no es ninguna tontería, deben internarse tras una peligrosa hechicera, Ericta, que según la evidencia de que disponen, ha robado la mano y huye hacia la región griega de Tesalia, famosa por albergar una tradición de hechicería del tipo más oscuro y poderoso. Lupercia, como líder de la partida (patrocinada por varios estamentos relacionados con las artes mágicas, entre ellos el templo de las Vestales), reúne una sólida pandilla, conformada por una joven esclava, Catula, a la que ha prohijado y a la que cuida con una mezcla de exasperación y cariño, pues el carácter de la niña que ha vivido como una perra callejera es una mezcla de garras afiladas y necesidad de amor; Lycofrón, un liberto tesalio, hombre curtido en la guerra, antiguo gladiador con el temple y la habilidad para desafiar a un salteador o reparar la rueda rota de una carreta; completaba el grupo el joven erudito etrusco Veyano Jasune, tan conocedor de las sagas y tradiciones de su pueblo como de la ciencia divina de las muchas mitologías que convivían en ese gran imperio y que a falta de conocimientos prácticos tenía el nada desdeñable don de la narración: "Los romanos contamos cuentos a nuestros niños, pero los etruscos hacen que los niños se los cuenten a los mayores, lo cual me parece unan estrategia muy inteligente (...) si había algún enfermo, la ración se multiplicaba, porque todos querían un relato que aliviara sus males. Tenían una fe ciega en el valor curativo de la palabra y la narración." Tanto si esta tradición etrusca es una creación de la autora o tiene alguna realidad histórica, este pasaje es un bello homenaje al arte de narrar y el poder de la palabra. Una vez iniciado el viaje y de un modo casi inadvertido se les uniría la hechicera Macaria, un personaje que muta según avanzan en su ruta y va revelando aspectos nuevos de su personalidad, como una gema que inventa facetas diferentes bajo cada luz.

En ciertos aspectos la estructura de esta aventura se ajusta a los patrones clásicos del viaje iniciático: el joven héroe debe partir tras una reliquia, superar pruebas, abatir monstruos, descifrar enigmas, pasar penurias, sufrir pérdidas pero también probar el placer del amor y del vino, para finalmente enfrentarse al oponente más poderoso y definitivo, vencer y regresar a su tierra más sabio y más fuerte. Para ayudarle en su misión cuenta con compañeros de talentos extraordinarios con los que ir salvando obstáculos y peligros. Con mucha habilidad, Pedraza cambia al joven héroe por una protagonista madura que en su periplo descubre más verdades sobre sí misma y los que ama, que prometidos secretos de magia. Dada la dureza de las revelaciones con las que se va enfrentando y que la obligan a poner en cuestión su propia historia e incluso la de Roma que ella conoce, no podemos negar que su valentía le merece el título de heroína.
En el texto de la contraportada se nos informa que Pedraza ha ejercido como profesora de historia del arte, este hecho unido a su amor por el Mundo Antiguo ayudan a que su recreación de este universo sea de una vividez que jamás da la sensación de decorado de escayola, como ocurre en tantas novelas históricas formato ladrillo que nos sueltan largas parrafadas de datos y escenarios y luego ponen a sus personajes a retozar entre las ruinas de cartón piedra hasta que el lector se quiere arrancar los ojos como hizo el pobre Edipo por horrores menos gravosos (la cosa va hoy de clásicos).

El viaje de este grupo va desde la luminosa sensación del inicio de una aventura hasta el descenso al inframundo y el retorno. Un inframundo particular, la morada de una bruja, tal vez más aterrador que el Hades, un averno personalizado asusta más el que lleva mayúsculas. En comparación el descenso final al "campo de asfódelos" que se relata en el epílogo resulta más nostálgico que aterrador. Según el erudito profesor, experto en mitología clásica, Carlos García Gual, "El Viaje al Más Allá es la empresa definitiva del héroe mítico; es la aventura por excelencia, la que aguarda al Elegido, la que sólo él puede cumplir.", incluso aunque su botín se le escape en el último momento como le ocurrió, por ejemplo, a Orfeo, "siempre vuelve, más sabio, más ejemplar, más magnánimo.", así, la protagonista al final de su fascinante viaje queda en posición de entregarnos unas cuantas verdades duramente ganadas que no voy a contar aquí porque son el botín que aguarda al lector que se decida a lanzarse al viaje.



Unas palabras para la edición: Valdemar se luce en este pequeño pero dignísimo formato de tapa dura, con una portada con el acierto habitual y que da una deliciosa consistencia a la colección. Una novedad respecto de otras obras de la colección de El Club Diógenes son las ilustraciones, de una belleza perturbadora, acompañadas de fragmentos de texto que me recuerdan viejos libros casi más recuperados de la infancia de mis padres que de la mía propia. Una deuda y un único fallo editorial: no se cita al artista autor de las ilustraciones (¿grabados?) que sabe interpretar con tanto acierto en imágenes los aspectos de más profundidad estética que plantea el relato.

Edito: El artista, Luis Pérez Ochando, autor de las ilustraciones me ha contactado y con su permiso sigue a continuación uno de mis favoritas:



Compré mi edición en la caseta de Valdemar en la pasada Feria del Libro de Madrid y luego volví el día que firmaba la autora. Una mujer cálida, consciente de que sus libros son un placer minoritario y de las posibilidades, a veces limitadas de un autor que elige un género "raro" hasta las últimas consecuencias. ¡Ay! si Hollywood destrozara alguno de sus libros en lugar de tanto remake soso.

Es verano, hay tiempo, hay disposición para el placer. Tanto con playa como en el calor de la ciudad que se derrite, este libro es un compacto dispositivo de viaje, una puerta para hacerse turista de otro mundo.

Más información y reseñas:

- Detallada, con conocimiento de la obra de Pedraza en Fabulantes
- Entrevista a la autora en la Revista Makma (buen descubrimiento).

______________

(1) Portal "Novela gótica" en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
(2) Los nuevos góticos. Varios autores. Bradford Morrow y Patrick McGrath (editores). Minotauro.           2002.
(3) Mitos, viajes, héroes. Carlos García Gual. Punto de lectura. 2001.

lunes, 8 de junio de 2015

Esta niña quiere asquearnos: Zonas húmedas (Charlotte Roche)



¿Pueden recordar la última vez que sintieron asco? Si examinan su recuerdo con cuidado puede que encuentren que el asco está profundamente ligado al filtro moral con el cual miramos el mundo. La última vez que yo sentí asco fue cuando hace poco me puse las primeras sandalias del verano y al bajar las escaleras del metro, muy de mañana, un hombre que bajaba detrás de mí lanzó un escupitajo que pasó en su veloz trayectoria sobre mi hombro y fue a aterrizar en el escalón junto a un pegote de chicle, al lado del cual se quedó brillando como una incoherente esmeralda líquida bajo el sol inocente de la mañana. Los dedos de mi pie derecho se retrajeron aterrorizados en la sandalia y mi mirada asesina pareció no perturbar en lo más mínimo al cerdo escupidor. Pues bien, aunque no lo parezca en principio, mi asco tiene un fuerte componente moral porque no está dirigido tanto al acto en sí mismo sino a su puesta en escena, a su exhibición pública, a lo que implica de desconsideración hacia los demás, de violación del espacio ajeno.

El asco es también una extraña sensación de doble filo: debí haber apartado rápidamente la mirada del infame gapo una vez segura de que mi pie había salido incólume del atentado pero me detuve algún segundo de más, lo suficiente para retener la desagradable memoria de su movimiento de caída al siguiente escalón y los sospechosos hilos carmesíes y pintitas negras que habrían hecho las delicias de un microbiólogo. Es en ese doble movimiento de ver y apartar la mirada en la que el asco se vuelve un fenómeno piscológicamente interesante.

La autora, en plan ir de su personaje

Es esta vertiente moral del asco la que explota Charlotte Roche en la novela que hoy comento: Zonas húmedas. En un hábil movimiento narrativo la autora somete al lector a una prueba de sus capacidad de resistencia moral a través de una exhibición de un catálogo de actos relacionados principalmente con el cuerpo. Tanta subversión de las rectas costumbres me hace desear un orden estricto, así que empezará por el título, que es buenísimo, es un poco sucio pero también geográfico y  la vez con un toque poético.El comienzo tiene un indudable punch: "Desde que tengo uso de razón sufro de almorranas. Durante muchos años pensé que no podía decírselo a nadie, ya que las almorranas sólo les salen a los buelos y siempre me parecieron muy impropias de un chica.". ¿Cómo vamos a dejar de lado a esta chica que acaba de abrirnos su alma y de paso los recovecos de su cuerpo? Se impone seguir leyendo.

A partir de una anécdota sangrienta pero relativamente simple, conocemos a Helen, la protagonista, que al rasurarse se ha causado por accidente una fisura anal. Como sabemos, además tiene hemorroides y su ano tenía un aspecto más cercano al de las medusas que al ojete promedio. Gran parte del planteamiento inicial del libro está dedicado a explicar la dimensión del dolor de la lesión, lo cual tiene sentido pues toda la narración transcurre (inveitables flashbacks aparte) en la cama del hospital donde la joven Helen se recuperará de la cirugía reparadora de esfínter y desbarrará sin medida -vemos que se aburre- detallándonos su historia y sus gustos sexuales.

Como dice el refrán, el que avisa no es traidor. La historia nunca abandona su tono escatológico (proctológico y coprológico para ser más exacta), pornográfico y hospitalario. Como dije al comienzo, creo que el verdadero tema de la novela es el asco y para ello, Helen practica una entregada antítesis del asco: es una cochina, fanática de los humores íntimos y de su uso, incluso fuera de la esfera erótica. Una muestra de su filosofía: "En realidad el olor a chocho, polla y sudor nos pone cachondos a todos. Lo que pasa es que la mayoría de la gente está desnaturalizada y piensa que lo natural apesta y lo artificial huele a gloria." y de las aplicaciones prácticas de esta filosofía: "Yo utilizo mi esmegma como otros sus frascos de perfume (...)", los detalles de esta técnica perfumista los dejo al lector curioso que se atreva.

Hay mucha acción en esta novela, para ser narrada desde una cama de hospital. Gran parte de esta acción es sexual (catálogo de coitos y masturbaciones), asquerosa (catálogo de sabor de los mocos, suciedad de bragas o inodoros apestosos) o una mezcla ambas. A pesar de las numerosas escenas de sexo, queda en la memoria muy poco de sus coprotagonistas, algún nombre, alguna descripción, poco más. Ignoro si es un efecto buscado pero aún entrelazada entre otros cuerpos Helen parece siempre una niña solitaria y malcriada. La monotonía pornográfica de las escenas sería inaguantable si no fuera por el punto de humor ácido con el que están narradas. Por lo demás, el sexo parece tener la mismo tinte emocional que la defecación, algo del orden corporal que satisface una necesidad y una urgencia exclusivamente física. Las crudas descripciones médicas son tan aterradoras como algunas de las prácticas sexuales favoritas de nuestra amiga, no les regalaré con la cita de un tipo de enema al cual era aficionada pero parece más dolorosa que la incisión cuneiforme que le practicaron los cirujanos.

El personaje es monolítico, una niña-adolescente-mujer que parece diseñada para perturbarnos pero que a mí, en resumen, me dejó algo fría. De su familia da apenas unas puntadas algo incoherentes: desea con fervor que sus padres divorciados se reencuentren pero no llegamos jamás a entender por qué esto es tan importante para ella.

Tal vez su conducta chocante y muchas veces autodestructiva se pueda entender justamente en relación con su rebeldía ante la higiene. La limpieza personal es una de las formas primarias de la educación y el control de la madre sobre el cuerpo del niño. Lo que Helen dice con sus conductas asquerosas y sus reflexiones sobre ellas, es una negativa, una revuelta contra a esa educación del cuerpo que la sociedad impone vía materna. Intenta construir una filosofía personal que yo definiría como una "ética cochina" en la cual todo lo que tiene que ver con el cuerpo en su estado "natural" es aceptable y, aún más, deseable.

Tantos fluidos mezclados, tantos baños sucios convertidos en altar de culto, acaban por cansar pronto. Por fortuna, la narración introduce algo del miedo adolescente a no tener una identidad propia, de esa especie de depresión que se supera a trompicones, a golpes de manía que parece ser la forma en que Helen supera los dolores del crecimiento.

A pesar de la carga sexual omnipresente en la historia, el nivel de excitación que esta lectura causa en el lector es cerca de cero. Tampoco parece que sea su propósito, si alguna sensación quiere provocar es más el asco fascinado y curioso que la excitación. Cabe preguntarse entonces si esto es literatura erótica y en contra de la evidencia diría que no, Es un libro obsceno, risueño y con reverso amargo de soledad y tristeza pero que es traicionado por su final más digno de una novela rosa que de esta supuesta obra de ruptura.

Otros han opinado:


  • Artículo en Pollito libros que reseña también Furores íntimos de la misma autora. 
  • Post en el blog Pequeña saltamontes.
  • Una genial y breve crítica corrosiva de Lector malherido. Ojo, spoiler pero vale la pena, lo de "catálogo de anagrama, sección zorritas" de dejó muerta.


domingo, 12 de abril de 2015

LA SOLTERONA (Edith Wharton)



Este es mi primer libro de Edith Wharton. Recuerdo que hace mil años cuando vi la película La edad de la inocencia me prometí a mí misma que tendría que leer pronto algo de la autora de la novela. Promesa tan pronto formulada como olvidada.

Son tantas las lagunas y tantas las ganas de llenarlas que parece una carrera contra los afanes corrientes de la vida. Me entró una nostalgia terrible de las cosas que no he hecho cuando tuve por fin un libro de Wharton en las manos y juro que me vino a la memoria este verso: "Todo nos llega tarde ¡hasta la muerte!", es de un viejo poeta colombiano, Julio Flórez, justamente casi olvidado pero que aquí obró un pequeño milagro:

Todo puede llegar, pero se advierte
que todo llega tarde: la bonanza,
después de la tragedia; la alabanza,
cuando está ya la inspiración inerte.


Como no era cuestión de que encontrarán mi cadáver con el libro de Wharton como carta de suicidio, me puse a leerlo y me sentí más triste y también más reconfortada. Empecemos por el título, odio cuando el título de un libro me engaña (ya hablaré en otra ocasión de una experiencia reciente en ese sentido) pero no cuando me sorprende y este fue el caso.

Se impone un poco de historia para entender el universo de esta escritora, aunque se puede disfrutar igualmente desde la más profunda ignorancia porque los dramas buenos y verdaderos son atemporales. Edith Newwbold Jones nació en 1862 en una familia aristocrática en Nueva York, esa aristocracia sin coronas y con apenas historia que se sustentaba en la antigüedad y la solidez de las fortunas que crea una ilusión muy eficaz de dinastía. Traduzco un trocito de la nota biográfica que aparece en la web de Pinguin: "El estrato más alto de la sociedad en la que nació la proveyó con abundante material para una novelista pero no la animó a crecer como artista. Educada por tutores e institutrices, fue criada para una única carrera: el matrimonio. Pero su matrimonio en 1885 con Edward Wharton fue una decepción emocional, si no un desastre. Ella sufrió una serie de crisis nerviosas en 1894. A pesar de la debacle de su matrimonio, o puede que a causa de ella, empezó a escribir ficción y publicó su primera historia en 1889.". Por fortuna para sus lectores Edith se sobrepuso y a pesar de que su divorció sólo tuvo lugar hasta 1913, desde 1907 llevó una vida libre en París, período del cual la nota de la solapa de la edición de Impedimenta nos trae algún detalle jugoso: "donde viviría rodeada de princesas y duquesas, novelistas, historiadores y pintores, hasta su muerte. Durante un tiempo mantuvo un sonado idilio con el periodista estadounidense William Morton Fullerton. Este era bisexual y alternaba a la escritora con Lord Ronald Coger, Rajá de Sarawak. Ella misma, también bisexual, mantuvo una larga relación con la cantante de ópera Camilla Chabbert, y las relaciones esporádicas con la poeta y guionista Mercedes Acosta.".




Edith Wharton, Fuente: Biblioteca Beinecke, Universidad de Yale





Greta Garbo (una de las conquistas de Mercedes de Acosta)

Si una vida agitada puede convertir sus tribulaciones en arte, entonces hemos de agradecer que su inteligencia, sus inquietudes, su largo y desafortunado matrimonio, las calaveradas de su marido, sus romances con damas y caballeros, se fundieran de una manera tan afortunada en su obra y gracias a su talento nos dejaran esa incisiva visión sobre su mundo y su tiempo. No hay mejor crónica que la que mezcla elementos profundamente íntimos a través del prisma de la belleza de la escritura, pues aunque no se ciña a hechos estrictos, transmite esos fragmentos de vida con una verdad difícil de encontrar en otros sitios.

Warthon utiliza para estructurar su narración la relación entre dos primas, una de ellas, Delia Lovell, una joven matriarca felizmente casada con un miembro de la familia más prominente de Nueva York, ella misma, de una excelente familia (el horror era una unión desigual) se dedicaba a encarnar el ideal social sin fisuras: una madre joven, bien casada, elegante, que empieza a posesionarse como abeja reina de su entorno. La otra prima, de la rama pobre de la familia, Charlotte Lovell se nos presenta a punto de ser redimida de su destino de solterona por un afortunado matrimonio con otro Ralston.

Desde el comienzo nos encontramos con un tono irónico que sólo es legítimo en quien conoce profundamente el tema sobre el cual ironiza: "vivían en una apacible molicie cuya superficie jamás se veía alterada por los sórdidos dramas que eventualmente se escenificaban entre las clases inferiores". Este sólido discursito moral nos lo suelta justo antes de desplegar ante nuestros ojos un sórdido drama de clase alta. Para que podamos entender las coordenadas y el paisaje en el que se han de mover nuestras heroínas (a final, cada una lo es a su manera) Wharton nos da una clase magistral sobre el pensamiento que regía a esta casta: "A la cuarta generación de Ralston apenas le quedaban convicciones, salvo un exacerbado sentido del honor para las cuestiones privadas y comerciales. (...) Estaban relacionados con muchos de los prohombres que habían levantado la República, pero ningún Ralston se había comprometido hasta el extremo de asemejarse a ellos. (...) Y pese a todo,  a fuerza de ser tan numerosos y semejantes entre sí, habían llegado a tener peso en la comunidad". 

Charlotte tiene un secreto que le impide casarse sin incurrir en un terrible engaño o renunciar a un afecto que es primordial en su vida. Su aparentemente inocente prima, que en principio está en shock al enterarse de que en su impecable mundo, cosas terribles sucedían (cosas terribles como el sexo fuera del matrimonio), cosas que le hacían pensar en lo cerca que había estado del abismo y que genuinamente había una parte de ella que había decidido saltar con los ojos cerrados.

La trama de esta novela breve y perfecta está tan bien trazada que no me atrevo a develar casi nada. Hay un secreto, una renuncia y mucho amor equivocado que termina en una vida amargada, cuyo único sentido es proteger la promesa de felicidad de otra joven vida. La psicología de los personajes femeninos es tan compleja que parece imposible desarrollar unos retratos tan profundos en tan poco tiempo. Los personajes masculinos son, con en el ballet clásico, meros partenaires, aunque de vez en cuando tenemos una vislumbre de que eran algo más que las pulidas superficies que atisbamos en el relato.

Warthon es una gran narradora, a veces casi podemos sentir la textura de la seda en que están forrados los sillones en los que las primas se sientan a decidir el destino de alguien. No necesita hacer un inventario detallado de las mansiones para que sintamos que hemos tomado el té con los Vandergrave o asistido a una fiesta de compromiso entre un Halsey y una Lovell. Un mundo suntuoso y cerrado, definido por la riqueza y por la ansiosa imitación de una idealizada grandeza europea pero con la sólida base del dinero americano.

Pero el principal motivo para leer esta historia tierna y amarga no es su perfección literaria. No, es lo vigente que resulta: todos estamos presos de ciertas convenciones, de ciertas prioridades. Parece que el universo de Ms. Warthon está muy lejano, que hoy en día siempre amamos a quien decidimos amar y tenemos libertad de elección, al menos en los afectos. ¡Mentira! ¿Quién no conoce a las infortunadas parejas que permanecen unidas por la hipoteca en un piso imposible de vender? Las deudas unen tanto como los prejuicios de la alta sociedad. Las convenciones cambian, la esencia del ser humano, no.

La traducción de Lale González-Cotta está muy bien y como un plus, nos ofrece un postfacio con interesante información sobre la vida y obra de la autora, que hace énfasis en la dificultad de ser mujer y artista en la época, de lo complicado que era en general, como mujer, atreverse a pensar por fuera de los límites de lo conyugal y maternal. En este caso se agradece además que sea un postfacio, así se disfruta de la obra sin filtros y luego se aprecia más este análisis entre erudito y personal.
Más información:

La ficha de Impedimenta siempre contiene dos o tres artículos bien escritos y de agradable lectura.


sábado, 4 de abril de 2015

LA SEÑORITA MAPP (E.F. BENSON)



Por alguna maravillosa carambola del destino (que sólo he notado y/o me interesa a mí) he leído tres libros seguidos sobre solteronas. Qué maravilla de mujeres, tan diferentes ente sí, del tono trágico al cómico, del desgarro a la farsa pero siempre ellas, fuertes, vitales, amargadas, risueñas. Para la buena literatura los clichés no existen, las solteronas no son aburridas y pueden ser más seductoras para el lector que una afilada vampiresa. La palabra es en sí misma triste y poca inspiradora pero estas damas nos harán pensarnos dos veces ese estrecho significado; una mujer sin hombre aún es un enigma, bienvenidos a intentar descifrarlo.

Hoy les voy a presentar a la primera de ellas: la señorita Elizabeth Mapp.

Llevaba tiempo huyéndole a este libro. Había leído la contraportada y me parecía que la mezcla de elementos era tan perfecta para mi gusto (humor, pueblito inglés, autor rarillo) que tendría que ser una decepción por fuerza.

Yo conocía a Benson en su traje de escritor de relatos de terror; uno de sus cuentos (La otra cama) hace parte de la magnífica antología Cuentos únicos, recopilada por Javier Marías. El efecto terrorífico está logrado de forma magistral: una mezcla entre el gore de un suicidio sangriento, el fantasma que repite sin cesar esa ceremonia brutal y la idea del doble, sugerida de una forma sencilla pero de una gran eficacia: el desasosiego que producen las camas gemelas en una habitación ocupada por una sola persona.

Parece complicado el cambio de registro del terror a la comedia sarcástica pero el Sr. Benson -dejémonos de misterio- lo logra de forma notable. El tono es magistral desde la primera línea: "La señorita Elizabeth Mapp aparentaba unos cuarenta años, y había aprovechado esa circunstancia para restarse un par de ellos. (...) Ese fastidio casi permanente, y las más ominosas sospechas respecto a todo el mundo, habían logrado conservarla joven y activa en extremo.".

La señorita Mapp es la autoproclamada emperatriz de la vida social del pueblito costero de Tilling. Su corte está constituida por un reducido número de súbditos, a cual más descontentos de su tiranía pero por algún motivo u otro, poco dispuestos a cuestionarla. Una pandilla de filisteos, hipócritas y tacaños, a la cual, por algún encanto literario al autor consigue que le tengamos cariño.

Esta novela es un homenaje y una burla a personajes y los tics prototípicos de la novela inglesa: los curtidos militares de colonias, el vicario escocés, la artista bohemia de tendencias lésbicas. El bridge como el más alto logro de la civilización y la suprema ceremonia social.

El ambiente está perfectamente construido con sólo un puñado de personajes, unas ricas descripciones de sus casas, sus servidores y apenas algo más que una calle, una cuantas tiendas y una estación de tren. Podría reconocer la rechoncha figura de Godiva Plaiwstow -Diva-, rival y mejor amiga si la viera recorrer una calle con su veloz caminar gallináceo o saludar a la pretenciosa Sra. Poppit, miembro del imperio británico, al bajarse de su maravilloso automóvil en el que su chófer la ha llevado a recorrer un tramo de tres extenuantes calles. Existe un personaje básico para que funcione la estrategia de la novela: la joven pintora Irene Coles, el necesario elemento estrafalario de este ecosistema, que asiste con una sonrisa irónica a las maniobras de nuestra heroína y se atreve a dirigirse a ella con un irrespetuoso Mapp.

Los personajes masculinos también están muy bien delineados con pocos rasgos en su obsesión por el whiskie, el golf y su miedo a ser pillado por las garras de alguna fémina que pretenda domesticarlos más allá del té y las partidas de bridge.  

La señorita Mapp es tan profunda como el más avezado de los estrategas militares, con sólo olfatear el ambiente a través de su visillo es capaz de percibir la mínima perturbación en sus dominios y ponerse manos a la obra para intervenir: "los buitres de las conjeturas dejaron de picotear el cerebro de la señorita Mapp durante unos instantes, pero pronto continuó tirando del hilo dorado (...). A pesar de mi adoración por Mapp me regocijaba cuando las cosas le salían mal y sus elaborados planes terminaban en un ridículo total, del cual ella siempre renacía como el ave fénix de las intrigas que es. 

La traducción de José C.Valés es, como de costumbre, cuidada. Consigue transmitir el sentido del humor y el ritmo de la prosa juguetona y satírica de Benson. Las notas son siempre pertinentes, sobre a todo en cuanto a las referencias culturales de la época, citas bíblicas y algunos retruécanos intraducibles.Es aburrido cuando un traductor es tan bueno  y no se le puede pillar en un renuncio evidente. Seguiré vigilándole, Sr. Valés.

Lo mismo para Impedimenta, una bonita edición, con el acierto acostumbrado en las portadas y ese buen gusto para rescatar autores poco conocidos en castellano. Se agradece también la buena ficha en su web con links a reseñas y artículos pertinentes.

Esta novela hace parte de una serie (no es la primera, pero no creo que importe demasiado el orden) y espero degustar alguno de estos platillos que espero tengan esa mezcla de dulce y amargo que aquí funciona tan bien.

E.F. Benson

Esta edición incluye un relato corto, The male impersonator (traducido como La vizcondesa del music hall) también protagonizado por Mapp (he terminado por adoptar el irrespetuoso apelativo) muy bien presentado y que me hizo sentir curiosidad por la biografía de Benson, que resultó ser fascinante, unas pocas líneas: Edward Frederic Benson nació en 1867, su padre fue obispo de Canterbury y su madre fue descrita como la mujer más brillante de su época. A la muerte de su padre, su madre Mimi, vivió con su amante en un "matrimonio bostoniano", en esa extraña negación y tácita aceptación victoriana de la homosexualidad femenina. Tuvo una hermana egiptóloga y escritora, tres de sus hermanos fueron también notables hombres de letras y homosexuales, por supuesto de una manera relativamente discreta, su hermano pequeño fue íntimo de Barón Corvo y luego se convirtió al catolicismo (no se cuál de las dos cosas fue más escandalosa). Benson, además de literato, fue un gran atleta, un hombre guapo y activo que llegó a representar a Inglaterra en la modalidad de patinaje artístico. ¿Fascinante, no?

Más información:


  • Jugosa nota biográfica de Walter Mason EF Benson, his life and times en The Newton review of books.
  • Reseña de José Rafael Martínez en Mar de tinta. Sólo para que quede claro, esto sí es gran literatura.
  • Para asomarse a la faceta terrorífica de Benson, una reseña de La otra cama en el blog Lecturas errantes

domingo, 15 de marzo de 2015

Mi amigo Orhan (aunque el aún no lo sabe) ESTAMBUL Ciudad y recuerdos


¿Qué es mejor, preservar la virginidad o llegar pleno de experiencias, de recuerdos anticipados al encuentro definitivo? Me refiero a esa doble realidad de visitar una ciudad "en persona" o a través de la literatura que la ha narrado, que de alguna manera, ha descrito su arquitectura emocional.

Por una parte, la secuencia lógica es leer libros sobre una ciudad antes de visitarla y así poder reencontrar los lugares de la ficción en la realidad y abrazarlos con ardor de lector metido en el escenario libresco. Es como prepararse una especie de guía de viaje basada en los hitos que la ficción nos ha dejado clavados en el corazón. Así me haría yo un road trip norteamericano basado en pasajes de Truman Capote o buscaría "La Maporita" de José Eustasio Rivera en una Colombia que él ya no podría reconocer. Sí, pero... ¿acaso no queremos descubrir la ciudad por nosotros mismos? ¿De qué nos vale el París de Cortázar y la Maga para movernos en ese bellísimo decorado que parece planeado para no decepcionar las ilusiones cinematográficas-literarias de ningún visitante?


A veces sólo queda la opción de maravillarse (interior de la mezquita azul)

Con Estambul, como con muchas otras cosas en la vida, cogí por el camino de en medio. Había sido un viaje largamente aplazado y además, soñado a dos con mi madre, lo cual complica aún más la maraña de tiempos libres, noticias de una guerra vecina, visados y en el fondo, miedo a la decepción. El año pasado, por fin dimos el paso y en un otoño racheado de sol y viento inclemente, junto a nuestros entusiastas acompañantes (y a la vez abnegados maridos) nos subimos a un avión de Turkish Airlines en el cual empezamos por atiborrarnos de esos maravillosos dulces cúbicos, conocidos como delicias turcas, el rahat lokum, al cual desarrollé una seria adicción. El significado de su nombre no da pistas sobre sus peligros, es un término turco que a su vez proviene del árabe y significa "bocado", al parecer su historia en casi cuestión de estado y hubo por lo menos un sultán involucrado en su creación. Pero, como suele suceder, divago, no vine aquí a hablar de mi viaje y mi gula sino de mi amigo Orhan.



Cielo nublado en Estambul, helicópteros tras los minaretes


Capital sucesiva de imperios, megalópolis transcontinental, cada piedra de la ciudad contiene un tratado de historia. Es imposible llegar a ella sin algún equipaje de lecturas sobre sus sucesivas encarnaciones como Bizancio, Constantinopla y Estambul. Pero lo que yo tenía en mente no era una tabula rasa sino si debía releer las novelas de Orhan Pamuk, que no es sólo que estén ambientadas allí sino que construyen una caracterización de la ciudad no como paisaje sino como personaje. Lo que narran sólo podría ocurrir allí. Incluso en Vida nueva, que transcurre durante un alucinado viaje por carreteras turcas sin rumbo, todo empieza y termina en allí, en única polis posible, no lo digo yo, fueron los griegos; eis tên Polin (εις τήν Πόλιν), del griego clásico que ha determinado la etimología de su nombre actual, significa "en la ciudad", como si las otras fueran simples sombras de esta urbe definitiva, como si todas las cosas verdaderamente importante se cocinaran allí. Es un elogio repetitivo cuando se quiere alabar la capacidad descriptiva de un autor decir que el entorno está tan vivo como uno de los personajes pero en este caso es rigurosamente cierto. Yo tuve, al pasear por Estambul, sensaciones reencontradas que por momentos me hicieron percibir intenciones malignas en una callejón empinado, un propósito de ocultamiento en la niebla que cubre una pequeña plaza o que los árboles que dan sombra a una pareja se inclinan amorosamente sobre ellos para impulsarlos a ese primer beso. Probablemente sin Pamuk palpitando en mi cabeza la ciudad no habría sido tan elocuente.



Vendedores de zumo de granada

Como mis recuerdos literarios de Pamuk eran ya añejos me vi pescando girones de sus imágenes en el humo de un cigarrillo que salía de una ventana entrecerrada o la buscando a uno de sus jóvenes protagonistas entre las alegres cuadrillas de jóvenes que cantaban sólo un poco borrachos junto a la de la torre de Gálata. Un par de meses después con los recuerdos del viaje aún frescos encontré en la librería Menos Diez (juro que no tengo acciones) el libro que fue mi reencuentro con el Estambul de Pamuk y en el cual nos hicimos amigos (aunque él aún no lo sabe). 

¿Cómo definirlo? ¿Memorias? ¿Cartografía sentimental? Podría describirlo como una especie de autobiografía deslizada entre acuarelas y fotos en blanco y negro de la ciudad. No es una definición estricta porque en rigor los retazos de vida que se recogen, van desde la primera infancia hasta que toma la decisión de hacerse escritor, como si con la aparición de su vocación definitiva ya no quedase mucho que contar de su propia vida. 

Es difícil hablar de la infancia en general, ese territorio tan proclive al sentimentalismo edulcorado o trágico. Más aún lo es hablar de la propia infancia, la que aparece aquí es increíblemente compleja, como todas: una época feliz, optimista, del nacimiento del gusto artístico, paseos en coche con la familia pero estas estampas están sobreimpresas con otras más oscuras: una prosperidad económica que pierde su fulgor, soledad, incapacidad de comunicarse con el otro.

La familia Pamuk, en la que Orhan, el pequeño de dos hermanos nació, era acomodada, con cierta cultura y orgullosamente occidentalizada (al parecer la mayor parte de la burguesía turca tenía este corte sociológico) y se iba gastando la gran fortuna que el abuelo construyó con sus empresas y sus inversiones pero no hay en ello un sentido trágico, o si lo hay, es un sentido más filosófico: las cosas pasan porque tienen que pasar. Viven todos en los diferentes pisos de uno de los edificios modernos que el abuelo construyó y aunque hay risas, cenas, juegos con los primos y mimos de la abuela -esa matriarca en su gran cama leyendo el periódico y despachando un desayuno descomunal- también hay resentimientos, peleas por el reparto de propiedades y amargura.

Amargura. Es un término imprescindible para entender esa Estambul de la segunda mitad del siglo XX que Pumuk nos dibuja, muy lejos de ese bello escenario para turistas que hoy conocemos y que él encuentra en el barrio de Eyüp: "me da la impresión de ser la fantasía oriental de otro adaptada a Estambul, una especie de Disneylandia turco-oriental-musulmana (...) ¿Puede ser porque se encuentra extramuros y por lo tanto carece de influencia bizantina y de las capas de confusión que contiene el resto de la ciudad?". 

En esta ciudad que lo ha perdido todo, que ya no es capital de ningún imperio, ni siquiera de la república de Turquía y cuyos habitantes ven arder -con fascinación- los últimos palacetes de madera de la aristocracia, vive un clima de intensa postración el alma colectiva, que Pamuk articula como una amargura que tiñe el carácter de la ciudad y de sus habitantes, algo relacionado con la sensación de pérdida de un esplendor, de una herencia a la altura de la cual no habían podido estar: "en los cincuenta y los sesenta, el placer de contemplar los incendios (...) iba acompañado por las señas de un intenso malestar espiritual: la culpabilidad, la opresión y la envidia de desear que desaparecieran cuanto antes los últimos restos de una gran cultura y civilización de la que no habíamos podido ser herederos de pleno derecho, en nuestra ansia por crear en Estambul una imitación pálida, pobre y de segunda categoría de la civilización occidental.".



Piezas del museo arqueológico de la ciudad

Pero éste no es un tratado de sociología, aunque puede que enseñe más de la sociedad turca que un estudio académico y Pamuk nos va mostrando todos estos rasgos en su fascinación con el Bósforo, ese intimidante cuerpo de agua que parte la ciudad y le confiere esa fisonomía única. Camines hacia donde camines, si te dejas llevar por la corriente secreta que domina la ciudad, vas a dar al Bósforo, ese estrecho de peligrosa navegación internacional con historias de barcos de gran calado que por una desgracia marítima terminan encallados en un edificio de lujosas viviendas ribereñas. El precio de una bella vista. Una pieza de un fino sentido del humor es la cita del manual “¿Cómo salir de un coche que ha caído al Bósforo?” Puede que incluso sea un manual verdadero.


Pescadores en el Bósforo

Hay un capítulo entero dedicado a hüzün, el término en turco que define la amargura. Con una erudición que lleva como una ligera capa sobre sus hombros, Pamuk nos introduce en la etimología árabe del término que en términos filosóficos tiene dos derivas distintas: la de la aflicción por una pérdida espiritual,material o emocional que deja al sujeto en un estado de aflicción insuperable; la segunda,más mística y "positiva" habla de la amargura como un sentimiento de frustración por no haberse podido acercar lo suficiente a Dios. Esa amargura, esa desazón es la que impulsa a buscar con más ahínco el rostro de esa divinidad esquiva, por eso no es del todo indeseable. Es un concepto complejo pero se entiende muy bien con las imágenes que son como un álbum poético: gente cansada con bolsas de plástico, mujeres que esperan un autobús que nunca viene, pálidas luces que hacen el atardecer aún más triste, clases en las que nadie aprende nada, bibliotecas de una belleza hostil. Esta rara relación de la ciudad con la amargura aparece muy condensada aquí: "En Estambul, la amargura es tanto un importante sentimiento de la música local y un término fundamental de la  poesía como una manera de ver la vida, una actitud mental y lo que supone el material que hace a la ciudad ser lo que es.". 


Vestidos en bazar callejero

Pero ¿en qué momento de este libro dejó el autor de ser el Sr. Pamuk y se transformó en mi amigo Orhan? Probablemente cuando le veía mirar a su bella madre, del sofá a la ventana, esperando a ese padre que se entretenía jugando al bridge o en la cama de una nueva amante. Ese padre tan bien construido que nunca acababa de ser un villano y que sabía también a veces ser el encanto, la generosidad personificadas. Ese Orhan, pintor adolescente, furioso paisajista de la ciudad, que se enamora de una chica hasta al punto de empezar a pintar retratos para hacerla su modelo y su primera novia con las mayúsculas del amor contrariado. Cuando alguien nos deja abrazar su intimidad, sus secretos más delicados y complejos, ese ya es nuestro amigo. Aunque no lo sepa.



Fuente fotos: mi familia. 

sábado, 14 de febrero de 2015

BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA (Dai Sijie)


El gato Chili atacando esta gran obra

Yo había visto el nombre de esta novela pasar sin que mi deseo se fuera detrás de ella. Ni siquiera su bonita portada me hizo un guiño. Creo que tenía que ver con una larga racha de lecturas japonesas que me dejó saturada de tragedias interiores atadas en diálogos muy contenidos y paisajes con una luz definitivamente extranjera. Ya sé que China no es Japón pero es que no tenía el cuerpo para orientalismos.

Gran error. Se me olvidaba que la gran literatura es universal. No volveré a machacar la cita de Tolstoi sobre la aldea universal pero es verdad, hay una realidad humana común que trasciende las diferencias culturales y que nos permite reconocernos en las vidas de cualquier hombre o mujer, cuando están bien contadas.

Como muchas historias de iniciación, ésta se inicia con un viaje, una expulsión, un exilio interior para ser más precisos. Comienzos de los años setenta, en la China comunista el presidente Mao lanza una ambiciosa campaña de reeducación, los "jóvenes intelectuales" cuya mentalidad ya había sido corrompida por el saber decadente y burgués de occidente serían enviados al campo a ser reeducados por los campesinos proletarios en  la ética del sudor,la igualdad y el trabajo. A este efecto, las universidades fueron cerradas y miles de jóvenes despachados a los ambientes rurales más desolados y primitivos del país. Muchos o sobrevivirían a esta condena sin tiempo fijo, tal vez los mataban a la par las penalidades físicas y la desesperanza.

Dai Sijie nos presenta en este escenario a un trío inolvidable pero hay que ir un poco más despacio porque empieza siendo un dueto. Son dos adolescentes citadinos, cuyo delito es ser hijos de intelectuales decadentes (médicos y un célebre dentista) que han caído en desgracia con el régimen. El innominado narrador y su gran amigo Luo se nos aparecen en su penosa peregrinación a la Montaña del Fénix donde habrán de convertirse en dos buenos proletarios. La aldea que les ha sido destinada es un modelo de atraso e ignorancia. En una primera inspección están a punto de perder el violín del narrador pero el magnífico Luo, el personaje descarado que la acción reclama, salva la situación, conminando a su compañero a interpretar la maravillosa pieza revolucionaria Mozart piensa en el presidente Mao. Está claro que estos muchachos piensan sobrevivir y que saben de alguna manera que sin humor y sin agallas no lo van a conseguir.

Pues bien, la vida en la aldea es un infierno cotidiano de agotamiento y desesperanza. Sólo lo extraordinario puede salvarles y lo extraordinario consiste en el descubrimiento de dos tesoros: una maleta llena de obras maestras de la literatura occidental y la bellísima e inteligente hija y ayudante del sastre de una aldea vecina, en adelante denominada la Sastrecilla.

Al tesoro femenino no hay que darle muchas vueltas, para dos adolescentes solitarios y despojados, la belleza de una joven tiene un poder que no necesita ser explicado. Lo de los libros es un poco más complejo: en plena revolución cultural casi todo había sido prohibido: "Aquella historia de literatura me deprimía profundamente: no teníamos suerte. A la edad en la que por fin habíamos podido leer de corrido, no quedaba ya nada para leer.". En la sección de literatura occidental de las librerías sólo se encontraban las obras completas del líder comunista albanés Enver Hoxaa, cuya siniestra mirada desde la portada es un escalofrío que el narrador transmite de forma magistral.

Los pasajes en los que se nos presenta a la Sastrecilla están llenos de un lirismo apasionado que impulsa a la narración y nos hace bebernos a sorbos las páginas donde esta niña nos enamora también a los lectores: "La princesa de la montaña del Fénix del Cielo llevaba un par de zapatos rosa pálido (....)", "Se inclinaba hacia la máquina de coser, cuya base lisa reflejaba el cuello de su camisa blanca, su rostro oval y el fulgor de sus ojos, sin duda los más hermosos del distrito de Yong Jing, si no de toda la región".

De muchas formas, nuestros héroes descubren el poder de la narrativa. Un alivio de su condena surge de su capacidad de relatar películas que los aldeanos escuchan maravillados de esas imágenes nuevas y coloridas que se despliegan ante sus ojos, tanto que el jefe de la aldea los manda a ver películas a la ciudad más cercana para institucionalizar las sesiones de "cine oral". Ese talento, en especial de Luo, es que los acerca a las Sastrecilla, hambrienta de ficción, de historias, de vida.

No digo más. Yo he leído esta historia tan maravillada como los campesinos que escuchaban las películas vueltas a la vida por este par de encantadores de serpientes. Está llena de matices, de cariño por los personajes, incluso los secundarios como el desagradable Cuatroojos, el sastre, el jefe de la aldea, el molinero, las brujas, están todos vivos y respirando. La aldea funciona como universo.

Mi edición de bolsillo de Salamandra, colección Quinteto, es más que correcta: letra grande, encuadernación robusta, espacios generosos, una pertinente nota sobre el autor que nos informa del carácter autobiográfico de la narración. La traducción transmite una prosa sencilla, de una elegancia poética y eficaz. Dos peros: hay que dejarse los ojos para encontrar el nombre del traductor y el texto de la contraportada destripa casi sin contemplaciones más de la mitad de la trama.

Nota librera final: Gran adquisición hecha en la librería de segunda mano Menos Diez, en pleno centro de Madrid pero algo escondida en la pequeña calle Espejo, 5, cerca de Ópera. Buenos precios, gran selección, vayan, que no abundan los aventureros que se decidan con estos negocios en este mundo tan duro.


Librería Menos Diez

domingo, 8 de febrero de 2015

MURDERABILIA (Álvaro Ortiz)



¿Son diferentes los lectores de cómic a los lectores de libros "normales"? Conozco a gente que únicamente lee cómic y a otros que lo encuentran un género menor o incluso no lo consideran literatura. Luego estamos los omnívoros. Comparto vida con un gran lector del género y por lo tanto tengo acceso a material de gran calidad pero suelo escribir poco de estas lecturas porque me parece más difícil defender mis filias y mis (pocas) fobias. No sé si sea el alto coste de los cómics lo que hace que la decisión de llevarte uno a casa sea más meditada y menos impulsiva que, por ejemplo, en el caso de un libro de bolsillo, imagino que un filtro más estricto -aunque sea el del frío metal- nos pone platos más selectos en la mesa.

Creo que los criterios estéticos a la hora de juzgar una novela gráfica son distintos, implican más complejidad para una persona como yo, sin formación en artes visuales. Entonces, al final queda al caótico recurso del amor, si la imagen y la historia te enamoran, entonces es que el libro funciona.

El cómic tiene sus propios riesgos, que parten básicamente de su naturaleza dual: se expresa en dos lenguajes el literario y el gráfico. Se pueden rellenar páginas con hermosos dibujos que, sin embargo, no logran el objetivo de meternos dentro de una historia, de hacernos saltar de viñeta en viñeta con apetito lector. Está también el opuesto, una buena historia que se diluye en un trabajo gráfico inadecuado que no da el tono estilístico requerido. Aquí viene la primera virtud de Murderablia, el impecable equilibrio entre lo que vemos y lo que leemos. Es escuchar una historia cruel contada por una voz bella y serena.

Prontuario: antes del libro que hoy me ocupa, ya había leído de este autor Cenizas, que me impresionó por su capacidad de crear un ambiente híbrido entre la realidad y la imaginación, un cruce de universos fructífero, con unos personajes de un carácter muy definido inmersos en un paisaje aséptico y minimalista, como extraído de una película de carretera.

Este talento para crear mundos está intacto en Murderabilia. Un excelente título que nos mete directamente en el meollo de la historia. Escoger una palabra rara es una apuesta arriesgada en ese arte a medio camino entre el marketing y la literatura, que es titular un libro. Aquí además de picar la curiosidad del potencial lector que no conozca el término, apunta a un fenómeno sociológico interesante: el coleccionismo. Aparte de libros (que no colecciono: compro, me regalan, pierdo, comparto, recupero, etc.) me son ajenas las fijaciones por adquirir y clasificar determinado tipo de objetos, las pasiones raras y ajenas siempre son doblemente llamativas. Aquí además estamos hablando de un tipo muy específico de coleccionismo. El término "memorabilia" me resultaba familiar -supongo que por toda la televisión estadounidense que he consumido- pero poniéndome un poco más académica (sabiduría de wikipedia, he de confesar), diré que en origen es una expresión latina, el plural de memorābile que se usa para designar aquellos objetos que son valorados por su nexo con algún evento histórico de algún impacto social (una lástima, no valen las invitaciones a mi fiesta de quince años). Así llegamos a murderabilia, término acuñado -cómo no- por un funcionario de la oficina de crímenes violentos de Houston, que designa el coleccionismo de objetos ligados a crímenes violentos, en especial a asesinos en serie, aunque el espectro es amplio y abarca desde los gustos más clásicos (homicidios) hasta crímenes más rocambolescos.

Imagino que una manera enferma pero de forma coherente con la quebrada geografía del alma humana, es más probable que uno de estos coleccionistas tiemble de emoción con un rizo de la barba de Charles Manson que con la agenda de un defruaudador millonario de Wall Street, pero no se sabe, todo el mundo tiene su público. Pues bien, con el encomiable espíritu emprendedor norteamericano, la venta de estos artículos selectos se ha convertido en una rentable industria. Los lectores curiosos pueden curiosear, por ejemplo, en Serial killers ink que se autodefine como la página líder en distribución de objetos relacionados con crímenes verdaderos y ofrece cosas tan interesantes como las pinturas de payasos de John W Gacy, fotos variadas de escenas de crímenes, una tarjeta de navidad firmada por Ted Bundy. En otra página leí de la venta millonaria de la máquina de escribir Corona de Unabomber en una subasta online.




No quiero contar mucho del argumento de Murderabilia porque es una estructura compleja y delicada que perdería encanto para el lector si se destripa por adelantado. Podemos decir que el protagonista, un joven y ya desencantado de la vida, Malmö Rodríguez persigue una esquiva vocación de escritor y se topa (de alguna manera le pertenecen) con dos simpáticos gatitos que resultan ser valiosas piezas de murderabilia. Logra colocarlos con un coleccionista dispuesto a dejarse el dinero y como tiene que viajar  casa del cliente a hacer la entrega, empieza el viaje... De ahí en adelante les recomiendo que lean  y disfruten.

Malmö encuentra aventuras, gente oscura, trabajo en un motel, amistad con un coleccionista, un romance febril, un dilema ético, tal vez su verdadera voación, etc. Todos los  ingredientes de una historia apasionante y que atrapa.

Me gusta el estilo del dibujo de Ortiz, tiene un punto de inocencia, una limpieza en color y en el trazo que hace la la lectura muy placentera. También es abigarrado, da gusto el montón de viñetas que encadena con arte en cada página. El cromatismo de esta historia es muy bello, muchos rosas, lilas, amarillos y verdes pálidos. Pero sobre todo rosa, el rosa no es un color inocente, se nos ha inducido a esta falsa creencia pero no es así. Es el color de las vísceras, de los atardeceres ensangrentados, de las barbies. Un rosa palo muy cuidadosamente matizado con colores amaderados da el tono a esta historia de fascinación por el asesinato.

Nota experimental: Como me gustó tanto esta novela gráfica quise conocer la opinión de una persona con poca experiencia en leer cómics, que juzgara el libro sólo por su calidad. Así que se lo pasé a mi madre con el encargo de hacer una pequeña nota crítica, de la cual extraigo los siguientes comentarios:
- "Los acontecimientos te sorprenden, agazapados en las viñetas como los siniestros gatos de Malmö".
- "Confieso que me demoré en la lectura porque continuamente me devolvía a repasar y disfrutar de las figuras, su detalle: muy graciosos y casi pedagógicos los de Malmö haciendo el amor y el laborioso detalle de los paisajes y las máscaras".
- "Queda latente la incertidumbre y escasez de horizontes de los jóvenes (...)".
En fin, esta señora, lectora compulsiva y refinada quedó encantada con la historia. Me dijo que le había recordado a ciertas historias de su infancia por la manera en que los buenos dibujos enganchaban la historia y que era más difícil atrapar a una "Doña Anciana" que a la niña lectora que había sido. Como ven, mi madre no es ninguna anciana sino una mente joven y dispuesta a sorprenderse. Un beso desde aquí.

El libro como objeto es irreprochable: lomo en tela, respeto por la trabajo del artista en cada página, papel grueso y aromático. Un ejemplo del buen hacer de Astiberri. Volviendo al vil metal, dieciséis euros parecen un precio razonable para un trabajo tan bien hecho.

Estuve en la presentación en el Café Molar, un sitio muy agradable en la ahora renacida calle de la Ruda en La Latina. El autor, encantador, atendió preguntas impertinentes y nos firmó una dedicatoria bellísima y elaborada: